Análisis de Deadfall Adventures (PC, Xbox 360)
Hace tan solo unos meses ya tuvimos por aquí a los polacos de The Farm 51. En aquella ocasión nos trajeron Painkiller: Hell & Damnation, un shooter puro, de los de antes, que pasó sin pena ni gloria por las consolas de actual generación. Quizás su poca repercusión fue motivada por un concepto caduco, por otra parte difícil de esquivar tratándose de una actualización del Painkiller original, de ahí la limitación creativa que tuvo el equipo. Ahora se atreven con un juego totalmente nuevo, sin cambiar de género, pero sí más ambicioso y lleno de referencias.
Deadfall Adventures nos presenta a uno de los descendientes de Allan Quatermain, el mítico personaje de las novelas de H. Rider Haggard. Este aventurero ha protagonizado obras tan importantes como Las minas del rey Salomón, que incluso han trascendido al cine (en 1985 con Richard Chamberlain y Sharon Stone, por ejemplo), sirviendo también de inspiración para personajes tan conocidos como Indiana Jones.
Esta base tan rica añade un interés extra a un juego que intenta desmarcarse del típico shooter que inunda el mercado, algo que tal vez no le ha ayudado a colocarse en el punto de mira del gran público, pero sí a asomar cabeza por encima de otros títulos.
La premisa es muy buena: una aventura en primera persona que quiere homenajear toda la parafernalia típica del género, como las civilizaciones enterradas, los puzles y trampas mecánicas e incluso los paródicos nazis que buscan tesoros ocultos. Lamentablemente el resultado no es el deseado, ya que aunque se asumen de antemano unos valores de producción bajos, la ejecución de todo lo que propone hace aguas en aspectos imprescindibles para que un videojuego sea divertido. De todas maneras no está exento de algunos destellos loables, que invitan a seguir jugando para enfrentarnos a retos que no tienen desperdicio.
Un Indiana Jones de bajo presupuesto
La presentación de Deadfall Adventures nos va a recordar inevitablemente a Uncharted, y no solo por el tema que acompaña al menú principal, sino por ese típico barrido por una mesa de madera, que nos descubre mapas del tesoro, armas de fuego y amuletos recogidos en viajes pasados. La voz de James Lee Quatermain, bisnieto del legendario aventurero, explica mientras tanto algunas de sus aventuras y desventuras, para dar paso a una secuencia introductoria que nos mete de lleno en la acción.
En esta secuencia conoceremos a los principales protagonistas de la historia. Tenemos por una parte al personaje principal, el bueno de James, un tipo rudo y vacilón, que no duda en soltar chascarrillos para alimentar su ego. Siguiendo con el bando de los buenos encontramos a la chica, puro arquetipo femenino de las películas de Indiana Jones, tímida y asustadiza, pero con un corazón aventurero que le hace sacar el genio cuando la situación lo requiere. El resto de personajes son tan tópicos como necesarios en una aventura de este corte: los nazis. La época en la que se desarrolla este Deadfall Adventures ronda el final de los años 30, coincidiendo con el inicio de la Segunda Guerra Mundial, excusa idónea para que los alemanes hagan acto de presencia mostrando una obsesión enfermiza por la búsqueda de tesoros.
Deadfall es un juego modesto, y nos lo hace saber a las primeras de cambio. El trabajo en las animaciones y el doblaje es pobre. Los personajes además de ser tópicos (algo que evidentemente es intencionado), tienen una expresividad nula. Todo lo que sale de la boca de James son comentarios sarcásticos sobre lo valiente y guapo que es, mientras que la chica le sigue la corriente con ironía y el sargento nazi rabia en alemán. Tampoco necesita más, ya que lo que de verdad importa son las localizaciones. Estas son lo mejor del juego, y viajaremos a Egipto, al Ártico y a las ruinas Mayas de Guatemala. En todas ellas vamos a encontrar escenarios llenos de trampas que debemos superar usando las mecánicas del juego, más centradas en la exploración que en los tiroteos, al menos durante la primera mitad.
Propuesta interesante pero fallida
Desde la vista en primera persona controlamos a James. Además de un ataque cuerpo a cuerpo y el disparo con armas de fuego podemos agacharnos y correr, como en cualquier FPS que se precie. La novedad más interesante se encuentra en los controles asignados a la cruceta, que podemos accionar para recurrir a ciertos objetos. Contamos por ejemplo con una linterna con la que podremos regular la intensidad de la luz, consiguiendo así que las criaturas sobrehumanas sean vulnerables (muy al estilo de Alan Wake), una brújula que apunta hacia los tesoros y un libro de notas, donde aparece un croquis que nos conduce vagamente hacia la solución del rompecabezas de turno. También, y siempre que lo recojamos, podremos hacer uso del mapa, que nos indica exactamente en qué habitación están los tesoros, aunque eso no significa que sea fácil encontrarlos , ya que necesitaremos un análisis previo del entorno para llegar a la reliquia en cuestión.
Cuando Deadfall se viste de shooter empieza a tambalearse. Tiene un grave problema con la sensibilidad del stick derecho. Por mucho que ajustemos su velocidad, apuntar a la cabeza del enemigo es casi una utopía, y de hecho acabaremos corrigiendo con el pulgar izquierdo para acertar en el blanco. Pero esa no es la mayor de sus taras, ya que tampoco ayuda para nada la inexistente inteligencia artificial de los enemigos. Estos tienen muy claro el lugar donde cubrirse, y no dudan en correr hacia el sitio ignorándote por completo, aunque te pongas delante de ellos. Además, y de manera un tanto extraña, suelen atrincherarse a un metro del obstáculo que serviría de cobertura. Es difícil de asimilar, y sorprende verlos realizar las animaciones de recarga del arma dándose la vuelta, cuando tienen todo su cuerpo al descubierto.
Nosotros no tenemos ningún movimiento de cobertura, y nunca sabremos exactamente si estamos a salvo de las balas, porque a veces recibiremos impactos frontales aun estando parapetados detrás de una gran columna. Estos y otros problemas empañan los tiroteos, que no son más que secciones aburridas donde pelearemos contra la estupidez de la CPU para ver quién apunta peor. De todas formas, y por fortuna, durante las primeras horas Deadfall se centra en los puzles, la que es sin duda la mejor de sus bazas. A partir del Ártico y concretamente después de una vertiginosa fase en una vagoneta (otro claro homenaje a Indy), el juego se queda sin ideas, y es en ese momento cuando puede acabar con nuestra paciencia.
Puzles y exploración con altibajos
Cada vez que tengamos que abrirnos camino entre las distintas cámaras secretas, nos recibirá un puzle que debe ser resuelto si no queremos acabar ensartados, incinerados o algo peor. Normalmente son rompecabezas sencillos, que exigen que movamos una serie de palancas, pulsemos piedras y demás. La mayoría de ellos son bastante intuitivos, aunque nos llegaremos a encontrar con algunos desafíos que acabaremos resolviendo usando la típica técnica de "probar todo con todo". Estos retos son el punto fuerte de Deadfall Adventures, y consiguen que no perdamos el interés por seguir jugando. Además tenemos el libro de apuntes, como en Uncharted, por lo que de vez en cuando necesitaremos un momento de pausa que nos llevará incluso a coger papel y lápiz, como en las aventuras de finales de los 80 y principios de los 90.
La exploración sin embargo no sigue el mismo camino, y es una verdadera lástima. Ruinas como las de Egipto cuentan con un buen diseño, con detalles de todo tipo, que sirven para ambientar unos escenarios de buen nivel. Lo criticable es que apenas podemos interactuar con ellos. Ni siquiera podremos saltar sobre un pequeño bordillo, vamos sobre raíles prácticamente todo el tiempo, reservando algunas habitaciones extra para recoger una reliquia. Al menos estas tienen una utilidad, que es la de potenciar nuestras habilidades. En cada escenario hay un número de secretos, y cada cierto tiempo podremos canjearlos por habilidades usando una piedra que nos advierte de su presencia con una potente luz. Tenemos tres categorías: el camino de la vida, que nos da más salud y acelera la recarga de energía, el del guerrero, que mejora nuestra habilidad con las armas, y el de la luz, que potencia la intensidad de la linterna y acelera su carga. Deadfall es un juego sencillo y no es necesario que potenciemos nuestro personaje, pero sí nos ayudará a acabar más rápido con los enemigos, especialmente en esas secciones que se hacen eternas por culpa de su desastroso diseño.
Todos los escenarios cuentan con un recorrido que busca que el jugador esté atento en todo momento. En Egipto el suelo se puede derrumbar sin darnos cuenta, consiguiendo que caigamos sobre un foso lleno de cocodrilos, y en el Ártico es muy habitual que acabemos hechos puré por llevarnos por delante un hilo atado a una granada. Así se camufla una linealidad que no es negativa, pero que anula la posibilidad de explorar los escenarios, y más cuando es un juego protagonizado por un aventurero.
Un apartado técnico que llega a arruinar la experiencia
Habiendo vivido casi todas las generaciones de consolas y ordenadores, se llega a un punto en el que el apartado gráfico pasa a un segundo plano, especialmente si se cumplen otros dogmas, como un buen control, una dificultad ajustada y en general unas mecánicas agradables. Lamentablemente Deadfall Adventures cumple justito con esto último, y es arruinado por un apartado técnico impropio de 2013. Sabemos la naturaleza del proyecto, su bajo presupuesto y demás, pero tiene detalles imperdonables a estas alturas.
La lista de defectos es muy larga, y no sirve para nada hacer sangre. Lo más molesto es sin duda la tasa de fotogramas, que cae bajo mínimos en algunas secciones. Otro de sus mayores problemas es el abuso de paredes invisibles, que descubriremos para nuestra desgracia al tirar una granada y ver cómo ésta rebota volviendo a nuestro lado. En Deadfall no puedes asumir que todo funciona correctamente, porque desgraciadamente está lleno de errores que ya dejamos atrás hace algunos años. La iluminación y los modelados son buenos, ahí el Unreal Engine se comporta tan bien como siempre, pero chirrían tantas cosas que al final acaban interfiriendo de manera activa en las mecánicas del juego.
Tampoco podemos rescatar muchas cosas positivas sobre el sonido. El doblaje es muy pobre. Se nota que no ha habido medios para contratar a buenos actores, y el guión tampoco ayuda, sobre todo teniendo en cuenta que algunos no lo podrán entender, ya que ni siquiera está traducido al castellano. James es un protagonista tan predecible que le cogeremos manía. Sus chascarrillos están demasiado gastados, y no ayuda para nada que esté rodeado por una mujer florero y un ejército nazi que se autoparodia. Sin embargo, si hay algo que destaca es su banda sonora. Vale que puede sonar machacona, sobre todo porque no es muy variada, pero está presente en todo momento y su intención es la de darle empaque a una historia que por sí misma no termina de convencer.
Buenas ideas mal ejecutadas
Se agradece enormemente que dentro del género del género de los FPS alguien se atreva con una propuesta diferente. Deadfall Adventures bebe de muchas referencias, como Indiana Jones, Las minas del rey Salomón o El templo del oro. Obviamente nos recordará a Uncharted debido a la ambientación de sus escenarios, pero lamentablemente se queda a medias en todas sus propuestas y no consigue contagiarse de ninguna virtud del juego de Naughty Dog.
No es un juego imposible de disfrutar, pero nos lo pone bastante difícil. Las secciones de rompecabezas son sin duda las mejores, y pincha irremediablemente en los tiroteos y en su apartado técnico, que afecta directamente al disfrute de la aventura. Cabe destacar que además de su modo historia contamos con una supervivencia cooperativa y un multijugador competitivo, donde por desgracia no hemos encontrado partidas activas. Así que en definitiva, no podemos recomendar un juego como éste teniendo tanta competencia, pero nos ha traído un puñado de buenas ideas, y si se sigue trabajando en ellas, puede que en un futuro tengamos un producto mucho más pulido, que repita concepto y deje atrás los problemas que le impiden brillar.