Cuando se anunciaron las características técnicas de las consolas de nueva generación, tanto Xbox Series X/S como de PlayStation 5, se temió porque el espacio de almacenamiento fuera demasiado limitado en una época en la que algunos juegos ocupan más de 100 GB: en el mejor de los casos, 1 TB (802 GB útiles) en el caso de la máquina más potente de Microsoft; en el peor, los 512 GB (364 GB útiles) de Xbox Series S. No fue hasta que tuvimos estos sistemas en nuestros hogares cuando se disiparon, en parte, algunos de los problemas que se preveían: el almacenamiento SSD no solo es más rápido en los tiempos de carga, sino que los juegos se instalan mucho más rápido; y las tarjetas de red de las máquinas next-gen pueden descargar juegos de varias decenas de gigas en cuestión de minutos siempre y cuando se disponga de una buena conexión a internet.
Sin embargo, la solución de desinstalar y reinstalar los juegos, a pesar de que sea menos problemático que en la anterior generación de consolas, no sirve para todos, ya sea porque no se tiene buena conexión a la red o por la simple incomodidad que supone estar siempre pendiente del almacenamiento restante. Pero la rapidez de los SSD que traen estas consolas llega acompañada de otro problema: la máquina de Sony podrá ampliarse con unidades de almacenamiento NVMe M.2 con una velocidad y diseño concretos que, aunque no son propietarios, aún no existen en el mercado; las máquinas de Microsoft utilizan lo que han denominado como Xbox Velocity Architecture y la única manera de ampliar el espacio en Xbox Series X/S es con tarjetas propietarias. En estos momentos, solo hay una disponible: la Storage Expansion Card de 1 TB fabricada por Seagate que tiene un precio de 249,99 euros.
Instalación y espacio útil
En Vandal hemos podido utilizarla durante varios días, y aunque puede resultar extraño o excesivo decir esto sobre una tarjeta de almacenamiento, lo cierto es que nos ha sorprendido. Principalmente por un motivo: la sencillez. Nos habíamos acostumbrado a utilizar discos duros externos con nuestras Xbox One y PS4, aparatos relativamente voluminosos que debíamos conectar con un cable USB a nuestras consolas y buscarles un hueco en muebles repletos de maquinitas.
Además, al conectarlos por primera vez había que pasar por un formateo para que se pudieran instalar los juegos (algo que se sigue pudiendo hacer en Xbox Series X/S y PS5 con los títulos retrocompatibles, y en el caso de la de Microsoft, también con los optimizados, aunque estos sin posibilidad de ejecutarlos).
La Storage Expansion Card de Seagate es todo lo contrario, como una vuelta al pasado en el buen sentido, a aquellas tarjetas de memoria de Xbox 360 que nos permitían llevarnos las partidas guardadas y nuestro perfil a las consolas de nuestros amigos. Parece casi mágico que en un aparato que ocupa apenas una porción de la palma de la mano (las dimensiones son de 7,8 x 31,6 x 52,95 mm) haya 1 TB de espacio para almacenar y ejecutar juegos a la misma velocidad que el SSD interno de la consola. Más mágico aún es el proceso de instalación: abrir la caja del producto, sacar la tarjeta, quitarle la tapa e insertarla en el puerto trasero dedicado que tienen Xbox Series X y Xbox Series S. Y ya. Inmediatamente la consola reconoce el aparato, sin necesidad alguna de formateo, con 919,9 GB útiles.
Sin (apenas) diferencias con el almacenamiento interno
No hay ninguna diferencia de velocidad que pueda percibirse entre el SSD interno y esta tarjeta, ya que ambas usan una memoria PCIe Gen4x2 NVMe personalizada. Ni al cargar el mundo abierto de Forza Horizon 4 ni al comenzar una partida en Assassin’s Creed Valhalla hemos notado diferencia alguna. Sí la hay, aunque casi inapreciable y por un motivo que no nos explicamos, al pasar programas de la consola a la tarjeta y viceversa. Hicimos varias veces la prueba y el resultado siempre era el mismo. Copiar los 41,05 GB de Yakuza Like a Dragon de la consola a la tarjeta tarda 1 minuto y 49 segundos, mientras que de la tarjeta a la consola la cuenta baja a 1 minuto y 23 segundos. Por supuesto, podemos transferir varios juegos a la vez entre un espacio de almacenamiento u otro, y también se puede establecer que por defecto los juegos se instalen en la tarjeta. Esto último es algo especialmente útil para quien tenga otra Xbox Series (por ejemplo, una X en el salón y una S en el escritorio), ya que podrá acceder a los juegos de la tarjeta tan solo insertándola en la otra máquina, aunque hay que tener en cuenta que los títulos con texturas 4K se instalan sin estas en Series S.
Pero claro, estamos hablando de un aparato que cuesta 249,99 euros (aunque es habitual verla un poco rebajada; en el momento de escribir estas líneas cuesta 221 € en Amazon España), y la comparación se hace fácil: Xbox Series S, una consola de nueva generación, cuesta 299,99 €. Por 50 euros más de lo que cuesta Series S y la tarjeta uno puede adquirir una Xbox Series X. La tarjeta cuesta más que una Nintendo Switch Lite, y es la mitad del precio de una PlayStation 5. Sin embargo, lo cierto es que las memorias de este tipo son caras, aunque no sean propietarias. Una de las unidades NVMe M.2 más populares del PC, la Samsung 970 EVO Plus, cuesta casi 190 euros en su versión de 1 TB. La nueva versión 980 Pro que utiliza el estándar PCIe 4.0 asciende a los casi 230 euros. Es decir, según las necesidades de cada uno, la tarjeta de Seagate y Xbox puede parecer cara, pero lo cierto es que su precio no difiere apenas de sus equivalentes en el mercado del ordenador, y su uso es mucho más cómodo que las opciones que teníamos en la anterior generación de consolas, y por supuesto, que en el mundo del PC Gaming.
Hemos realizado este artículo gracias a una tarjeta Seagate que nos ha cedido Microsoft.