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Walter Arnold, británico, recibió la primera multa de tráfico de la historia por una velocidad que hoy sería ridícula

Ese episodio, perseguido en bicicleta y juzgado entre alborozo y desconcierto, es el prólogo de más de un siglo en que coches, normas y sociedad han ido negociando —a veces a golpes— los límites de la velocidad.
Walter Arnold, británico, recibió la primera multa de tráfico de la historia por una velocidad que hoy sería ridícula
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Actualizado: 9:00 12/10/2025
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Fue una mañana fría de enero de 1896 cuando un hecho aparentemente trivial dejó una huella duradera en la historia del tráfico: Walter Arnold, un pionero de la automoción, fue detenido en Paddock Wood (Kent) por circular a unos 8 mph —unos 13 km/h— y acabó con la que suele considerarse la primera multa por exceso de velocidad de la que hay registro. El agente que lo vio arrancó en bicicleta y lo persiguió durante varios kilómetros hasta interceptarlo; la anécdota se conserva en crónicas y en el archivo de récords por una razón muy sencilla: aquel “delito” marcó la colisión entre una tecnología nueva y una ley pensada para otra era.

Cuando un coche necesitaba una bandera roja

Para entender la reacción judicial hay que remontarse a la legislación vigente entonces: las llamadas Locomotive Acts —la más restrictiva de 1865, conocida como Red Flag Act— regulaban los vehículos sin caballo como si fueran máquinas peligrosas. Entre sus requisitos estaban límites de 2 mph en pueblos y 4 mph en campo abierto, la obligación de llevar tres personas y de que un acompañante anduviera delante con una bandera roja para advertir al vecindario. Esas normas, pensadas en la era del vapor y de los carros, chocaban frontalmente con los automóviles a gasolina que empezaban a rodar por las calles.

Cuatro cargos y una multa simbólica

El sumario contra Arnold acumuló cuatro cargos distintos: conducir un “carro sin caballos” por la vía pública, hacerlo sin el número de personas exigido por la ley, no exhibir nombre y dirección en el vehículo y superar el tope de 2 mph. El resultado en la corte fue simbólico: por la infracción de velocidad le aplicaron una multa mínima (la crónica más citada habla de un shilling por el exceso en la velocidad, con costas añadidas; el montante global de sanciones del caso se ha publicado como £4 7s en varias reconstrucciones históricas). El episodio, en suma, fue más boato que ruina económica para Arnold.

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Del escándalo al cambio de ley

Lejos de arruinarle, la repercusión pública ayudó al propio Arnold —importador y luego fabricante bajo licencia de modelos Benz— a consolidar su perfil comercial. Y políticamente el episodio aceleró la reflexión: aquel invierno de 1896 desembocó en reformas legales que liberalizaron el uso de vehículos en carretera. La Locomotives on Highways Act aprobada ese mismo año elevó los límites y dejó atrás algunas de las cadenas más ridículas del pasado (entre ellas la figura del peatón con bandera). En pocos meses quedó claro que la ley tendría que adaptarse a una movilidad de motor.

El miedo a lo nuevo y la lección del progreso

La historia de la primera multa contiene, además, una lectura social: el pánico a lo desconocido y la tensión entre innovación y orden público. Los límites draconianos no solo protegían a peatones y caballerías, también salvaguardaban intereses creados —ferroviarios, carreteros— y una sensibilidad pública que veía a las “máquinas” como riesgos inaceptables. Que la primera sanción por velocidad sea hoy objeto de curiosidad muestra cuánto han cambiado las prioridades: de vigilar a la máquina a gestionar una red global de movilidad.

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