El regreso de El proyecto de la Bruja de Blair parecía cuestión de tiempo: si un título tiene nombre y una marca reconocible, Hollywood suele intentar reactivarlo. Lionsgate y Blumhouse lo oficializaron en CinemaCon como el primer paso de un acuerdo para “reimaginar” clásicos de terror del estudio, con Jason Blum y el veterano productor Roy Lee al frente de la nueva encarnación de la bruja.
El problema es que Blair Witch no fue solo una película: fue un accidente cultural difícil de replicar. La original (1999) convirtió la precariedad en estética y el misterio en motor narrativo, y esa mezcla —más la campaña viral de la época— fabricó una sensación de “esto podría ser real” que hoy es casi imposible de reconstruir con el mismo impacto. De hecho, las dos grandes secuelas ya demostraron lo delicado del invento: El libro de las sombras: Blair Witch 2 se desinfló pronto tras su estreno y el Blair Witch de 2016 tampoco tuvo el tirón que su nombre prometía.
Cuando el público ya conoce el truco
Ahí es donde aparece la “peligrosa” pregunta industrial: ¿merece la pena abrir otra vez el bosque cuando el público ya conoce el truco? Blumhouse suele ganar precisamente cuando no intenta competir en grandilocuencia, sino cuando convierte un concepto sencillo en una experiencia con nervio. Pero La bruja de Blair exige una precisión extra: si se vuelve demasiado explicativa, mata el miedo; si se queda en la nostalgia del metraje encontrado, corre el riesgo de parecer un museo de sustos conocidos.
Y luego está el frente más incómodo: el del reparto original y su relación con los derechos. Los actores han denunciado durante años que no recibieron una compensación acorde al fenómeno que ayudaron a construir y llegaron a pedir públicamente pagos retroactivos y participación en decisiones futuras; incluso se ha hablado de conversaciones con el sindicato por el tema. En una franquicia que vive de la “autenticidad” y de la leyenda alrededor de sus creadores, ese ruido no es un detalle: puede contaminar el relato antes de que haya un solo fotograma nuevo.
Entre la silueta y la idea
En paralelo, tampoco ayuda que —al menos de forma pública— la nueva película siga siendo una silueta: se ha hablado de “nueva visión”, de reiniciar para otra generación, pero sin una identidad creativa clara (quién la firma, qué hace distinta la propuesta) cualquier expectativa se llena con fantasmas: los del “remake innecesario”, los del “universo expandido”, los de la explotación de catálogo. Con todo, hay un camino viable si el proyecto se obsesiona menos con explicar la bruja y más con reconstruir el pánico contemporáneo: el de la desinformación, la vigilancia cotidiana, la prueba falsa que se vuelve viral… sin perder la sensación de que el bosque siempre va un paso por delante.
En el fondo, el dilema es casi poético: la bruja de Blair fue una historia sobre gente que se pierde porque cree que controla el mapa. Veintiséis años después, la franquicia puede volver a perderse si confunde “marca” con “miedo”.















