El vídeo de un joven gallego despachándose contra los “madrileños de verano” —a los que llama “especie invasora” y “fodechinchos”— no nace en el vacío. Encaja en una conversación que Galicia lleva años masticando: cómo gestionar una temporada alta cada vez más masiva sin degradar el paisaje, encarecer la vida local ni enrarecer la convivencia.
¿Sangenjo?
En paralelo, el clip enlaza con la vieja disputa lingüística alrededor de topónimos como Sanxenxo/Sangenjo, un marcador identitario que cada estío regresa a primer plano y que esta semana volvió a encenderse en plató con la ex presidenta madrileña Esperanza Aguirre defendiendo “Sangenjo” y un creador gallego aforando el respeto al gallego.
Más allá de los virales, hay un dato jurídico nítido: la Real Academia Galega recuerda que “Sanxenxo es la única forma oficial reconocida según la legislación vigente”, una oficialidad que convive con la preferencia de la RAE por la adaptación en castellano, “Sangenjo”, en su ámbito normativo. Esa tensión —legalidad frente a usos y recomendaciones— explica por qué el nombre de un municipio acaba convertido en símbolo de cortesía (o de falta de ella) cuando llegan visitantes.
El flujo turístico que alimenta estas fricciones es real y creciente. 2024 fue récord en Galicia: más de 8,2 millones de turistas alojados, según la Xunta a partir de datos del INE. En Pontevedra, las Rías Baixas rozaron los 1,8 millones de llegadas (+10,5% vs. 2023), y en la primera mitad de 2025 la inercia siguió al alza. Entre los visitantes nacionales, Madrid figura de manera consistente como uno de los principales orígenes, algo que también detectan las oficinas Info Rías Baixas.
La zona supera los cupos turísticos
La presión se nota en los puntos calientes. Las Illas Cíes han rozado el lleno hasta fin de agosto con cupos al límite —un sistema pensado precisamente para preservar el entorno— y Sanxenxo anticipó la temporada con mensajes de “pleno”. No es “turismofobia” por decreto: es la constatación de que, si la demanda no se ordena, la experiencia se degrada para todos.
El sector turístico gallego lleva meses haciendo equilibrios entre dos narrativas: la de la masificación (con protestas puntuales y malestar vecinal) y la de quienes niegan un problema estructural y cargan contra el alquiler vacacional irregular. Ambas cosas pueden ser ciertas a la vez: hay destinos y fechas saturadas y, a la vez, margen para profesionalizar y repartir mejor los flujos. La foto completa invita menos al exabrupto y más a la gestión fina: cupos dinámicos, vigilancia del alquiler turístico, transporte público reforzado, y, sí, cuidado del lenguaje (y de los topónimos) como cortesía básica. al centro.
@martin_dolphin Ig: martin.dolphin
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Porque al final, ni los madrileños son una “especie invasora” ni Galicia es un parque temático. Es también un lugar de acogida que necesita que sus visitantes se comporten como huéspedes —respeten nombres, normas y ritmos— y que sus instituciones sigan ordenando la casa. Las redes sociales amplifican los extremos; los datos y las reglas ayudan a volver al centro.
