En un intento por reducir el estrés diario y recuperar el control sobre su atención, un usuario finlandés, Wilma Ruohisto, decidió sustituir durante una semana su iPhone por un smartwatch diseñado para niños. El experimento reveló tanto beneficios como límites drásticos: mayor concentración y sociabilidad en el entorno laboral, pero también dificultades para realizar tareas cotidianas como pagos digitales o autenticaciones en dos pasos.
El modelo elegido, el ZTE K1 Pro, cuenta con funciones básicas como llamadas y mensajes, pero excluye herramientas clave de la vida conectada. Este tipo de iniciativas no son nuevas. En el Reino Unido, la periodista Decca Aitkenhead llevó a cabo un experimento similar con un grupo de adolescentes, documentado por The Times.
Cuando menos es más (tecnológico)
Durante un mes, los jóvenes renunciaron a sus smartphones y usaron teléfonos básicos sin acceso a redes sociales ni aplicaciones. Lejos de lo que podría esperarse, la experiencia derivó en una mejora notable de las relaciones interpersonales y un descenso en la ansiedad, algo que respalda estudios previos sobre el impacto negativo del multitasking digital en la salud mental.
A nivel internacional, el uso de smartwatches infantiles ha ido en aumento, no solo como alternativa lúdica sino como instrumento de control parental. Según un reportaje publicado en Wired, algunos centros escolares en Estados Unidos han comenzado a vetar estos dispositivos debido a su potencial para evadir las prohibiciones de uso de móviles en clase.
Tecnología infantil, salud y paradojas
Lo que nació como una solución de compromiso —una forma para que los padres se mantuvieran conectados con sus hijos sin exponerlos a un smartphone— se está transformando en un nuevo frente de debate sobre vigilancia y autonomía infantil.

Mientras tanto, la comunidad científica explora otro enfoque de los wearables: su valor biomédico. Un estudio reseñado por News Medical destaca cómo ciertos modelos de smartwatch son capaces de detectar signos precoces de infecciones virales antes de la aparición de síntomas, con una precisión de hasta el 90%. Esta capacidad podría convertirse en una herramienta clave para anticipar brotes epidémicos, redefiniendo el papel de los dispositivos digitales no como distracción, sino como guardianes de la salud pública.