En pleno paseo marítimo de La Malagueta, entre runners, turistas en chanclas y carros de bebés, un día empezó a sonar una voz metálica que ofrecía “mojito, caipiriña, daiquiri, espeto a cuatro euros”. La fuente no era un camarero con megáfono, sino un robot bautizado como Sardinator, artilugio autónomo que el chiringuito había soltado por el paseo para atraer clientes al local. El cacharro, con altavoz y cartel luminoso, se paseaba por la acera como una valla publicitaria con ruedas, girando cabezas y protagonizando vídeos en redes… hasta que el experimento llamó la atención del Ayuntamiento de Málaga y la Policía Local levantó acta por incumplir la normativa municipal sobre uso de la vía pública.
Lo que diferenciaba a Sardinator de otros robots “playeros” no era su aspecto, sino el escenario. No se movía dentro del establecimiento, como los ya habituales robots camareros que llevan platos entre mesas, sino que deambulaba por el paseo marítimo, invitando a seguirlo hasta el chiringuito mientras anunciaba bebidas y espetos a voz en grito. Según recogía Málaga Hoy, la destreza técnica tampoco ayudaba: el robot esquivaba papeleras, pero resultaba bastante torpe con los peatones, llegando a tropezar con algún viandante despistado. La concejala de Vía Pública, Elisa Pérez de Siles, fue tajante: este tipo de dispositivos “no son autorizables” en Málaga, de modo que se ordenó a la Policía Local denunciar al establecimiento por usar la vía pública como pasillo comercial rodante sin permiso.
Publicidad con ruedas y sin permiso
El caso ha puesto a prueba una normativa pensada para un mundo menos robótico. Málaga cuenta con una ordenanza específica de instalaciones y actividades publicitarias que regula rótulos, banderolas, tótems o pantallas visibles desde la calle y exige licencia para cualquier soporte –incluidos los móviles– que use el espacio urbano como escaparate comercial. A eso se suma la ordenanza de convivencia y buen uso de la vía pública, que prohíbe expresamente el reparto y “esparcimiento” de publicidad comercial en la calle por el impacto sobre la limpieza y la comodidad de los peatones. Aunque ninguna de estas normas menciona todavía a los robots, el Ayuntamiento ha optado por leerlas en sentido amplio: si un humano con megáfono o una furgoneta con altavoz tendrían vetado ir pregonando mojitos por el paseo, un cacharro autónomo con ruedas entra en el mismo saco. No es un debate aislado: otros municipios, como Ibiza, están endureciendo sus ordenanzas de publicidad con multas que pueden alcanzar los 30.000 euros para frenar la “contaminación visual” en el espacio público.
Sardinator, al final, ha quedado atrapado en un limbo regulatorio que se repite allí donde la robótica empieza a salir del interior de los locales. En España ya circulan robots de reparto en pruebas, como los que Goggo Network ha desplegado en Alcobendas para entregar pedidos de supermercados y pizzerías por las aceras, siempre con autorización municipal y tests de seguridad supervisados por el consistorio. En otros países operan flotas de pequeños droides de seis ruedas, como los de Starship Technologies, que reparten a 5–6 km/h y pueden ser controlados en remoto si algo falla. En todos esos casos el argumento de fondo es que prestan un servicio (delivery, logística) y que su circulación está muy acotada. Sardinator, en cambio, no entregaba nada: era pura publicidad con patas en un paseo masificado, con un comportamiento aún torpe en la interacción con las personas, lo que hizo sonar las alarmas tanto por seguridad como por el precedente que podía sentar.
Robots de reparto vs. robots-anuncio
La paradoja es que, puertas adentro, la hostelería malagueña y española sí está abrazando a los robots con bastante menos fricción. Modelos como BellaBot o KettyBot, de la china PUDU Robotics, o los Delibot y Slimbot de la española DAX Robotics, están empezando a verse en cadenas de comida rápida y restaurantes que los usan para llevar platos desde la cocina a la mesa. Equipados con LIDAR, cámaras 3D y sensores de proximidad, estos carros autónomos siguen rutas preprogramadas, se detienen cuando alguien se cruza y reducen recorridos repetitivos para el personal humano. Su desembarco se entiende en un sector donde la escasez de mano de obra es estructural: el Banco de España calcula que alrededor del 28 % de las empresas declara problemas para cubrir vacantes, porcentaje que roza el 50 % en la hostelería, uno de los sectores más tensionados. En ese contexto, muchos negocios ven la automatización no tanto como sustitución, sino como muleta para sobrevivir a temporadas en las que sencillamente no encuentran camareros suficientes.
El chiringuito de La Malagueta, de momento, tendrá que volver a fórmulas más clásicas: carteles en la fachada, camareros invitando a entrar, redes sociales y alguna que otra promo en plataformas de reservas.















