Netflix lleva años intentando demostrar que el cine de gran espectáculo no es un privilegio exclusivo de la pantalla grande y aunque pronostique la muerte la industria sí sabe en qué sagas poner su mira. Este año quiere dar su golpe sobre la mesa con Estado eléctrico.
Con un presupuesto estimado en 320 millones de dólares, esta ambiciosa superproducción de ciencia ficción se ha convertido en la película más costosa jamás financiada por la plataforma, superando con creces los 200 millones de títulos como Alerta roja o El agente invisible. Debe ser un éxito sí o sí.
La película más cara de Netflix que no es una secuela: un coloso de ciencia ficción de 320 millones que no admite el fracaso
El proyecto es obra de los Hermanos Russo, directores que ya han coqueteado con la ciencia ficción y la acción desbordante en su filmografía post Vengadores: Endgame. La historia se basa en el libro ilustrado de Simon Stålenhag, cuyos evocadores paisajes de un futuro retrofuturista atrajeron la atención de los cineastas antes incluso de su publicación.
Ambientada en una versión distópica de los años 90, la historia nos sumerge en un mundo donde humanos y robots han coexistido pacíficamente durante años, pero esa armonía se verá amenazada por los recuerdos de una brutal guerra que lo cambió todo.
Millie Bobby Brown interpreta a Michelle, una joven huérfana que emprende un viaje en busca de su hermano menor, Christopher. Su única pista es Cosmo, un compañero robot que Christopher controla a distancia. Durante su travesía, Michelle cruza caminos con Keats, un excéntrico vagabundo interpretado por Chris Pratt, que arrastra su propio pasado cargado de culpa. Brown, la estrella más importante que ha producido la plataforma, quien recientemente demostró su tirón con Damsel y sus 138 millones de visionados en apenas tres meses, es clave en el proyecto.
La apretada agenda del dúo con Marvel retrasó el desarrollo del filme hasta que Universal se hizo con los derechos en 2020. No fue hasta dos años después cuando Netflix irrumpió en escena y se quedó con la película, asumiendo un coste de producción que la sitúa en la élite de las mayores apuestas de Hollywood. Con un estreno fijado para el 14 de marzo de 2025, Estado eléctrico no es solo una de las producciones más esperadas del año, sino también un desafío mayúsculo para Netflix.
La plataforma necesita justificar semejante inversión con cifras récord de audiencia, y el listón está muy alto: la compañía espera superar los 230,9 millones de visionados en 91 días que Alerta roja consiguió en 2021, consolidándose como la película más vista de su catálogo. Cualquier cifra inferior podría considerarse un fracaso, especialmente tras el rendimiento moderado de El agente invisible, la anterior colaboración de Netflix con los Russo, que con un coste similar se quedó en unos discretos 139,3 millones de visionados.
Si hay algo que ha elevado el coste de Estado eléctrico hasta cifras estratosféricas, es su ambición visual. Netflix ha apostado por una recreación minuciosa del universo pictórico de Stålenhag, plagado de paisajes nostálgicos, tecnología decadente y una estética que mezcla lo analógico con lo futurista. Todo apunta a que será un festín visual a la altura de los mayores exponentes del género, y la plataforma no escatimará esfuerzos en su promoción, consciente de que esta película no solo es la más cara de su historia, sino también la producción original sin secuelas más costosa jamás rodada.
En el mundo del streaming, donde las métricas de éxito siguen siendo un enigma, solo queda una pregunta en el aire: ¿será Estado eléctrico un triunfo arrollador o un costoso experimento que pasará sin pena ni gloria?
