Sony Pictures ha decidido acelerar con su película de Labubu y ya tiene a un capitán al mando: Paul King, el director que convirtió a Paddington en un icono moderno del cine familiar y que más recientemente firmó Wonka. Con él al frente, el estudio deja claro que no quiere limitarse a explotar la moda pasajera de unos muñecos virales, sino construir una franquicia grande, colorida y muy apetecible para todos los públicos… y para el mercado de coleccionistas, claro.
El proyecto todavía está en una fase temprana: no hay guionistas anunciados ni reparto a la vista, pero el simple fichaje de King ya sirve como hoja de ruta. Su mezcla de fantasía, humor muy británico y un punto melancólico ha funcionado a las mil maravillas con personajes “raros pero adorables”, justo el terreno en el que se mueven los Labubu. Si fue capaz de humanizar a un oso parlante y a un joven Willy Wonka sin que chirriara, la idea de ver a estas criaturas de sonrisa inquietante en acción real empieza a tener bastante sentido.
De ilustración a fiebre global de coleccionismo
Para quien aún no se haya cruzado con ellos en TikTok o Wallapop, Labubu nació en 2015 de la mano del ilustrador Kasing Lung, que los utilizó en su serie de cuentos The Monsters antes de que la empresa china Pop Mart los convirtiera, a partir de 2019, en figuras coleccionables vendidas en cajas sorpresa. Ese formato “blind box”, en el que nunca sabes qué muñeco te va a tocar, ha disparado la fiebre por completarlos y ha creado un mercado de reventa con precios disparatados para las ediciones más raras.
Sony busca ahora trasladar todo ese micro-ecosistema de culto al cine, en un movimiento que llega tras años de pruebas con marcas nacidas del juguete y la cultura pop: del fenómeno global de Barbie al intento fallido de película de Funko, pasando por proyectos centrados en marcas de muñecos menos conocidas. La diferencia es que Labubu no tiene una “historia oficial” tan fijada como otras licencias, así que King y su equipo tendrán bastante margen para inventar un mundo propio a partir de unas pocas claves visuales y de carácter.
El tono: entre cuento familiar y mala leche
La gran pregunta está en el tono. Los Labubu combinan dulzura y mala leche, con diseños que parecen moverse entre cuento infantil, monstruo de pesadilla y estética de juguete de diseño. Eso abre la puerta a una película muy flexible: puede ser una fantasía familiar con mensaje, un cuento oscuro sobre la obsesión por coleccionar o incluso una sátira ligera sobre el consumismo y las modas virales. El historial de King invita a pensar en algo intermedio: una historia emocional y muy accesible, pero con suficiente ironía como para que los adultos no sientan que les están vendiendo un catálogo de merchandising de dos horas.
En paralelo, el salto al cine llega cuando la burbuja Labubu está en pleno auge global: listas de espera, tiradas que se agotan en minutos y “cacerías” de figuras exclusivas en eventos y tiendas de medio mundo. Una película de gran estudio puede reforzar esa fiebre… o pincharla, si el público percibe que la marca ha pasado de ser un objeto de culto de nicho a una máquina corporativa más. Para Sony, el equilibrio será delicado: necesita que la cinta funcione como película por sí misma y no solo como extensión gigante del escaparate de Pop Mart.
Por ahora, lo único seguro es que el estudio ha elegido a un director capaz de convertir personajes imposibles en protagonistas queribles y de montar blockbusters con cierta personalidad propia. Falta ver qué historia construirá alrededor de estos bichos de sonrisa lobuna, pero el combo “fenómeno coleccionista + cineasta con oficio en fantasía familiar” coloca a Labubu en una posición muy distinta a la de otras modas pasajeras.
