Hay rincones en el mundo que parecen esculpidos por la fantasía. Y uno de ellos no está en el Caribe ni en el Pacífico, sino en la costa norte de España.
Se trata de la playa de Rodas, ubicada en las Islas Cíes, frente a la costa de Vigo, que ha vuelto a colarse entre los destinos más deseados del planeta. Nombrada hace unos años por The Guardian como "la mejor playa del mundo", y más recientemente incluida en la lista The World’s 50 Best Beaches, en el puesto número 18, este arenal gallego sigue deslumbrando por su belleza prístina y sus aguas de postal.
Una playa exclusiva
Sin embargo, disfrutar de Rodas no es tan sencillo como extender la toalla en cualquier cala. Debido a su inclusión dentro del Parque Nacional Marítimo-Terrestre de las Islas Atlánticas de Galicia, y para preservar su delicado ecosistema, las autoridades han impuesto un riguroso sistema de acceso controlado. Visitar esta playa requiere solicitar una autorización previa a la Xunta de Galicia, que debe gestionarse online, y posteriormente reservar una plaza en uno de los barcos que zarpan desde los puertos autorizados hacia las Cíes.
Sin este doble trámite, el acceso está restringido. De hecho, ha provocado que distintos usuarios la reseñen negativamente: 'No es tan fácil entrar, es demasiado exclusiva'.
El motivo de estas medidas es claro: el archipiélago recibe una gran presión turística cada verano. La capacidad diaria está limitada a 1.800 visitantes, una cifra que busca evitar la masificación y el deterioro ambiental. Además, no está permitido pernoctar fuera de la zona habilitada para acampada, y ni siquiera está permitido ir por libre: todas las visitas deben seguir una ruta regulada para evitar pisar zonas sensibles de fauna o flora. En 2007, The Guardian ya advertía que la playa de Rodas “parece una ensenada caribeña… pero está en Europa, y es mejor”.
Lo cierto es que basta una fotografía para entender el entusiasmo. Rodas es un espectacular arco de 1,3 kilómetros de arena blanca, fina como talco, que une las islas de Monteagudo y Faro en un brazo de tierra que abraza una laguna interior. Sus aguas turquesas, que contrastan con el verde del monte y el azul profundo del Atlántico, evocan destinos exóticos como Seychelles o las Maldivas, pero aquí hay algo más: el silencio, la brisa atlántica, el canto de las gaviotas y la sensación de estar en un lugar que no ha sido vencido por el turismo masivo.
Rodas es, en efecto, un paraíso. Pero uno que se cuida con celo, como un secreto demasiado hermoso para ser compartido sin cautela. Y ese equilibrio —entre la admiración global y la protección local— es lo que garantiza que este rincón siga siendo, año tras año, la playa más soñada del mundo.
