En las regiones más oscuras y remotas del océano, donde la luz solar no llega y la presión aplasta cualquier vestigio de vida superficial, habita un ser tan etéreo como desconocido: la medusa fantasma gigante (Stygiomedusa gigantea).
Expulsa a su crías por la boca
Con más de 10 metros de envergadura cuando despliega sus apéndices similares a cintas, este animal marino ha sido visto en contadas ocasiones desde que fue descrito por primera vez hace más de un siglo. Su rareza no se debe tanto a su tamaño —que impone— sino al hábitat extremo que ocupa: los fondos abisales, a miles de metros de profundidad.
El animal ha sido avistado apenas un centenar de veces en todo el mundo, y la mayoría de esos encuentros han ocurrido gracias a vehículos operados por control remoto (ROV, por sus siglas en inglés) utilizados en misiones científicas profundas. En uno de los vídeos más comentados, publicado por el Monterey Bay Aquarium Research Institute (MBARI), se aprecia cómo la medusa avanza con un movimiento fantasmal, casi hipnótico, entre nubes de sedimento y oscuridad. Su campana en forma de paraguas puede alcanzar más de un metro de diámetro, pero son sus cuatro brazos largos y planos —en lugar de tentáculos tradicionales— los que más desconciertan a los investigadores.
No es una medusa peligrosa para los humanos
Pese a su tamaño imponente, Stygiomedusa gigantea no parece ser peligrosa para los humanos. De hecho, uno de los detalles más intrigantes es que no se han hallado evidencias de que posea células urticantes como otras medusas. Su forma de alimentación tampoco está del todo clara, aunque se cree que utiliza sus brazos para capturar pequeños peces o crustáceos en suspensión, envolviéndolos de forma similar a como lo haría una sábana húmeda atrapando el aire. Su fisiología parece estar adaptada a la lentitud: todo en ella se mueve con una cadencia pausada, como si estuviera fuera del tiempo.
Lo que más inquieta —y fascina— a los biólogos marinos es lo poco que sabemos sobre esta criatura. Su ciclo reproductivo, del que solo se sabe que carga con sus crías y las expulsa por la boca, su longevidad, sus hábitos migratorios, si es que los tiene, o su posición exacta en la cadena trófica, son todavía un misterio. “Cada avistamiento es una oportunidad única para aprender más sobre un animal que probablemente ha existido durante millones de años sin apenas interacción con el ser humano”, explican desde MBARI, uno de los pocos centros del mundo que ha logrado documentarla repetidamente.