La llaman la “catedral de hormigón” del Duero y no es una metáfora hueca. La presa de Aldeadávila, en Salamanca, es un arco-gravedad encajado en uno de los cañones fluviales más profundos de la península. Se levantó a contrarreloj entre 1956 y 1963, en plena dictadura, y la primera turbina empezó a girar en 1962; la inauguración oficial, con Franco y Salazar, llegaría en 1964. Más allá del relato épico, fue una obra de ingeniería subterránea pionera: la central principal se excavó en caverna, con galerías y salas a escala “catedralicia”.
En números, el muro no se queda corto: la estructura alcanza alrededor de 139–140 metros de altura —no 130— y remata un embalse en el tramo internacional del Duero. Se trata de una presa de arco-gravedad en hormigón, con aliviaderos dimensionados para crecidas históricas como la de enero de 1961, cuando soportó una avenida récord con la obra aún en curso. Sus proporciones la colocaron durante décadas entre los grandes hitos hidráulicos de Europa occidental.
Arquitectura y dimensiones
El complejo se explota en dos etapas: Aldeadávila I, puesta en marcha entre 1962 y 1963, y Aldeadávila II, añadida en 1986 con turbinas reversibles para bombeo. En conjunto suma del orden de 1,1–1,2 gigavatios de potencia instalada (según fuente y metodología de cómputo), con una producción media histórica en torno a 2.400 GWh anuales. En términos de productividad anual, figura de forma recurrente entre las centrales hidroeléctricas más relevantes del país.
La frase de que “produce el 10% de la energía hidroeléctrica nacional” simplifica una realidad que depende del agua disponible cada año. La propia Iberdrola sitúa su contribución media “por encima del 8,5%” de la generación hidroeléctrica del país, una cifra razonable para años hidrológicos normales pero que baila con sequías o episodios muy húmedos. Es decir: su peso es estructural, pero el porcentaje exacto varía campaña a campaña.
Peso energético y variabilidad
Más allá de los megavatios, Aldeadávila ha moldeado paisaje y economía en los Arribes del Duero. El salto energético trajo viviendas, caminos, empleo y, décadas después, turismo industrial: miradores, rutas y una presencia mediática que llega hasta superproducciones de Hollywood que han usado el escenario de la presa. Ese impacto, sin embargo, convive con exigencias ambientales crecientes y con la necesidad de gestionar caudales ecológicos en un espacio protegido.
Sesenta años después de su arranque, la “catedral” sigue siendo una pieza crítica del mix renovable español y un recordatorio de lo que la ingeniería puede —y no puede— hacer frente a un clima más extremo. Su combinación de turbinación y bombeo le da margen para aportar flexibilidad al sistema eléctrico, justo cuando la red necesita almacenamiento para acomodar la eólica y la solar.
