En el turbulento contexto de la Francia del siglo XVII, donde el miedo al diablo y la brujería se confundía con la justicia, la figura de Jean Grenier se alzó como una anomalía inquietante.
Mientras la hoguera era el destino habitual de cualquier acusado de herejía o posesión, este muchacho enfermizo, de apenas catorce años, fue sentenciado a reclusión perpetua en un monasterio, tras confesar que recorría los bosques de Saintonge transformado en lobo y devoraba a niños. Su historia, más cercana a la patología mental que a lo sobrenatural, se convirtió en uno de los primeros precedentes europeos de inimputabilidad por enfermedad psiquiátrica.
Una ola de pánico que comenzó en 1603
La oleada de pánico comenzó en 1603, cuando varios niños desaparecieron o fueron atacados en zonas rurales del suroeste francés. Las leyendas sobre un lobo negro que acechaba a menores en los caminos adquirieron consistencia cuando una niña, Marguerite Poirier, escapó de un agresor con aspecto humanoide, mezcla de muchacho y bestia.
Su descripción llevó a la detención de Jean Grenier, un joven pastor con historial de maltrato y comportamiento errático. Sus confesiones, repletas de elementos fantásticos —una piel de lobo mágica, ungüentos sobrenaturales y una supuesta hermandad de hombres lobo—, sirvieron para cerrar un caso sin pruebas físicas pero con enorme impacto emocional.
La decisión del Parlamento de Burdeos de no ejecutar a Grenier fue insólita. En plena caza de brujas, donde el fuego se consideraba la única purga posible del mal, se determinó que el adolescente no era culpable sino enfermo. El fallo sorprendió tanto como escandalizó: en lugar de ser ajusticiado, Jean fue internado en un monasterio franciscano, donde vivió aislado hasta su muerte. Los monjes lo describieron como alguien salvaje, que dormía en rincones, comía carne cruda y no hablaba con nadie. Su conducta, según estudios actuales, encaja con la licantropía clínica, un síndrome delirante reconocido por la psiquiatría, en el que el paciente cree transformarse en animal.

La figura de Jean Grenier ha perdurado no tanto como monstruo folclórico, sino como ejemplo clínico y judicial. En textos como Tableau de l’inconstance des mauvais anges et démons (1612) del magistrado Pierre de Lancre, el caso se recoge no solo como un relato del terror popular, sino como un hito jurídico. De hecho, psiquiatras contemporáneos lo analizan como uno de los primeros intentos de la justicia de distinguir entre crimen y locura. La licantropía clínica, aunque extremadamente rara, ha sido documentada también en casos modernos, y se asocia a trastornos psicóticos, esquizofrenia o traumas severos en la infancia.