Pocas películas han logrado transformar conceptos financieros complejos en un espectáculo tan comprensible y absorbente como La gran apuesta. Basada en el libro de Michael Lewis, esta cinta dirigida por Adam McKay no solo explica el origen de la crisis económica de 2008, sino que lo hace con una agilidad y humor que la convierten en una obra didáctica imprescindible.
Su enfoque desenfadado y a la vez profundamente crítico convierte el caos bursátil en una historia de indignación, codicia y oportunismo que sigue siendo, veinte años después, dolorosamente vigente. La película relata cómo varios inversores visionarios —entre ellos el excéntrico Michael Burry (Christian Bale), el cínico Mark Baum (Steve Carell) y el oportunista Jared Vennett (Ryan Gosling)— detectaron con anticipación que el sistema hipotecario estadounidense estaba podrido hasta la médula.
Hipotecas a lo loco
Concretamente, descubrieron que los bancos estaban concediendo hipotecas a clientes sin solvencia y que esas deudas, camufladas en productos financieros llamados CDO (obligaciones de deuda colateralizada), eran vendidas globalmente como inversiones seguras. Todo ese castillo de naipes colapsó en 2008, generando una crisis de impacto planetario.
Uno de los mayores méritos del filme es su voluntad de explicar esa trama financiera sin perder al espectador medio. Para ello, McKay recurre a recursos narrativos poco convencionales, como romper la cuarta pared, usar metáforas visuales ingeniosas y recurrir a cameos insólitos: Margot Robbie en una bañera o Selena Gomez jugando al blackjack explican con frescura lo que los informes técnicos no pueden. Incluso aparece el economista conductual Richard Thaler, premio Nobel, aportando rigor a la dramatización. Así, términos áridos como “subprime” o “default swap” se vuelven comprensibles… y alarmantes.
No teme a señalar a los culpables
La gran apuesta no se limita a entretener ni a explicar. También apunta con el dedo a los verdaderos culpables: bancos de inversión como Lehman Brothers o JPMorgan, agencias de calificación como Standard & Poor’s, y la inacción de organismos reguladores. El filme deja claro que la catástrofe no fue un accidente inevitable, sino el resultado de un sistema financiero deliberadamente desregulado, amparado por una élite que jamás pagó por su irresponsabilidad. De hecho, como subraya el propio guion, muchos responsables salieron indemnes… y más ricos.