En las aguas tropicales del Gran Arrecife de Coral, un crustáceo de apenas 12 centímetros ostenta uno de los récords más sorprendentes del reino animal: la gamba mantis (Gonodactylus smithii) es capaz de lanzar puñetazos a 80 km/h, una velocidad comparable al disparo de un proyectil calibre .22.
Esta potencia, concentrada en sus garras martillo, le permite destrozar conchas de ostras, caparazones de cangrejos e incluso romper cristales de acuario de hasta 6 milímetros de grosor.
Por muy letal que parezca -y sea-, no existen evidencias ni citas que indiquen su presencia en aguas españolas o en el Mediterráneo; por lo tanto, puede afirmarse con fundamento que esta especie no se encuentra en España. Su ausencia en estas latitudes se debe a varias razones ecológicas: en primer lugar, su distribución se restringe a zonas tropicales y cálidas, mientras que el mar Mediterráneo presenta condiciones térmicas, químicas y biológicas diferentes; en segundo lugar, no hay registros de introducción por parte del ser humano, ya sea mediante comercio de acuarios o transporte de ballast, que hayan permitido establecer poblaciones en España.
Puñetazos que hacen hervir el agua
Su apéndice especializado, apodado “garra martillo”, es capaz de golpear con una fuerza que, en proporción a su tamaño, no tiene rival en el reino animal. Científicos han medido impactos que alcanzan velocidades cercanas a los 80 km/h y fuerzas de hasta 1 500 newton, lo que equivale a recibir el impacto de una bala de calibre .22 disparada a quemarropa. Lo fascinante es que esta potencia no es fruto del azar, sino del refinamiento evolutivo de un mecanismo de resorte biológico que almacena y libera energía de forma explosiva, un sistema que incluso ha inspirado a ingenieros y diseñadores de materiales.
El verdadero secreto detrás de la letalidad de este golpe no está solo en la fuerza mecánica, sino en el fenómeno físico que desencadena: la cavitación. Cada vez que la gamba mantis lanza su ataque, el agua se separa momentáneamente creando burbujas de vapor que, al colapsar, generan ondas de choque y liberan calor, luz y presión. Este efecto produce temperaturas que, en microescala, pueden superar los 4 000 °C, comparables a las de la superficie del Sol, aunque solo durante fracciones de microsegundo (Science Focus, Wired). El resultado es devastador: la presa no solo recibe un impacto físico capaz de destrozar su caparazón, sino que también sufre una segunda ola de destrucción provocada por la implosión. Es un doble golpe que pocos organismos marinos son capaces de resistir.
Este repertorio de habilidades convierte a la gamba mantis en una amenaza incluso para objetos inanimados. Se han documentado casos en los que ha roto cristales de acuario de más de seis milímetros de grosor y perforado botas de pescadores, causando heridas profundas. En un entorno natural, puede triturar con facilidad las conchas de ostras y almejas, así como el caparazón de cangrejos, langostas y otros crustáceos. Lo más impresionante es que no necesita una fuerza descomunal en términos absolutos: su eficacia radica en cómo canaliza la energía en un punto muy reducido, un principio que en física y biomecánica se conoce como concentración de esfuerzo. En otras palabras, es el equivalente submarino a un francotirador, pero a escala microscópica.
Tiene la visión de Superman
Más allá de su golpe, posee otro superpoder: una visión que roza la ciencia ficción. Mientras que los humanos contamos con tres tipos de conos para percibir colores, ella puede disponer de entre 12 y 16 fotorreceptores distintos. Esto le permite detectar luz ultravioleta, infrarroja y, de forma única en el reino animal, luz polarizada circularmente. Cada ojo puede moverse de forma independiente y, al mismo tiempo, proporcionar visión trinocular, una capacidad que le otorga un nivel de percepción espacial y cromática que ningún otro ser vivo ha igualado. Gracias a esta habilidad, puede localizar presas translúcidas o camufladas que para nosotros serían completamente invisibles, y también comunicarse mediante señales de color que otras especies no pueden detectar.
El diseño anatómico de su “mazo” ha despertado un interés creciente en el campo de la biomimética. Investigaciones recientes han revelado que esta estructura está compuesta por capas de fibras mineralizadas dispuestas en un patrón helicoidal, similar al de un muelle reforzado. Esta disposición no solo potencia la transmisión de energía en el golpe, sino que también actúa como un sistema de amortiguación que absorbe y dispersa las vibraciones, evitando que el propio apéndice sufra daños irreversibles tras cientos o miles de impactos (HowStuffWorks). El estudio de esta arquitectura podría servir para desarrollar materiales ultrarresistentes y ligeros, con aplicaciones en chalecos antibalas, carcasas de teléfonos, piezas de aviación o incluso trajes espaciales.
Este pequeño crustáceo, que lleva millones de años perfeccionando sus armas en las aguas cálidas del Indo-Pacífico, podría ayudar a los humanos a resolver problemas en entornos tan extremos como el espacio exterior o las profundidades oceánicas.















