María Branyas Morena murió en agosto de 2024, a los 117 años, dejando tras de sí no solo un récord de longevidad, sino también un enigma biológico que la ciencia acaba de empezar a descifrar. Un año después de su fallecimiento, un estudio internacional publicado en Cell Reports Medicine revela que, aunque su edad cronológica era de 117 años, sus células “se sentían” mucho más jóvenes: biológicamente tenían el equivalente a 94 años.
El hallazgo fue posible gracias a un trabajo coordinado por el investigador Manel Esteller, director del grupo de Epigenética del Cáncer del Instituto Josep Carreras, en Barcelona. Él fue quien, al enterarse por casualidad de que una supercentenaria vivía cerca, contactó a la familia y obtuvo muestras para analizar.
Más de 40 científicos participaron en la investigación, que ha puesto sobre la mesa una evidencia sorprendente: los relojes epigenéticos de María Branyas —los que miden las marcas químicas en el ADN que reflejan el paso del tiempo— mostraban un desfase de más de dos décadas respecto a su edad real.
Genética protectora y edad biológica
Las conclusiones apuntan a que parte de este “milagro celular” residía en variantes genéticas poco comunes que actuaban como protectores en las vías inmunitarias, metabólicas y neuroprotectoras. Dicho de otro modo, su organismo estaba mejor preparado para responder a infecciones, metabolizar nutrientes de forma eficiente y mantener la salud cerebral durante más tiempo. A ello se suma un hallazgo aún más llamativo: su microbioma intestinal, según los investigadores, se asemejaba al de una persona de apenas 21 años.
Pero la genética no fue el único factor. El equipo subraya que el estilo de vida de María Branyas fue clave para alcanzar tal longevidad. No fumaba ni bebía alcohol, seguía una alimentación equilibrada y, según relataron sus allegados, consumía hasta tres yogures al día. Además, evitaba la obesidad y mantenía rutinas de orden, contacto con la naturaleza y fuertes lazos afectivos. Esa combinación de genes favorables y hábitos saludables le habría permitido sumar cerca de 30 años más de supervivencia respecto al promedio de la población.
Lecciones de las zonas azules
Los científicos insisten en que casos como este no deben verse como un destino reservado a unos pocos, sino como una fuente de información valiosa para comprender el envejecimiento humano. Estudios similares, como el de los supercentenarios de Okinawa (Japón) o de la región de Cerdeña (Italia), han demostrado que la longevidad extrema surge de la interacción entre predisposición genética y factores ambientales. El caso de Branyas encaja con ese patrón, pero con una singularidad: su edad biológica notablemente inferior a la cronológica.
Más allá de lo clínico, su historia transmite un mensaje de vida que ella misma resumía con sencillez: estabilidad emocional, ausencia de preocupaciones innecesarias, actitud positiva y, sobre todo, “alejarse de la gente tóxica”.















