Hay grandes obras fuera de Madrid. Mientras Valencia o la mismísima capital entran una vorágine por los rascacielos, en el corazón montañoso de Cantabria, entre las brumas del valle del Besaya, se levanta una de las obras de ingeniería más espectaculares de España: el Viaducto de Montabliz.
Inaugurado en 2008 como parte de la autovía A-67 que une Santander con Palencia, este titán de hormigón armado se eleva a 145 metros sobre el suelo del barranco de Montabliz, lo que lo convierte en el puente más alto del país y uno de los más impresionantes de Europa.
El Viaducto de Montabliz: el coloso de hormigón que desafía los valles de Cantabria
Su magnitud asombra incluso a quienes están acostumbrados a la grandeza de las infraestructuras modernas. El viaducto tiene una longitud total de 721 metros, sostenida por cinco pilas colosales que parecen esculpidas directamente sobre la montaña. La más alta, de 145 metros, equivale a un edificio de cincuenta plantas, una proporción casi surrealista en mitad de la naturaleza cántabra.
Construirlo fue una hazaña técnica y logística, con un desembolso de más de 26 millones de euros. La complejidad del terreno obligó a los ingenieros a levantar las pilas con encofrados deslizantes y a montar las dovelas centrales mediante un sistema de empuje que evitara el uso de grúas o andamios en el profundo valle. La obra fue galardonada por su innovación y por el respeto ambiental con el que se ejecutó, minimizando el impacto visual y ecológico sobre el entorno.
Hoy, quien conduce por la A-67 siente una mezcla de vértigo y admiración al cruzar su tablero. No hay grandes miradores ni carteles que anuncien su presencia: simplemente aparece, suspendido entre montañas y niebla, como un recordatorio de lo que la ingeniería puede lograr cuando la naturaleza parece poner límites. El Viaducto de Montabliz no solo une dos puntos del mapa; une la ambición humana con el paisaje que desafía.
