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Científicos atónitos rescatan un robot desaparecido 8 meses bajo el hielo y descubren datos de un mapa oculto de la Antártida

Gracias a un instrumento diminuto que pasó ocho meses perdido bajo la Antártida, los modelos climáticos tienen una base de datos mucho más sólida.
Científicos atónitos rescatan un robot desaparecido 8 meses bajo el hielo y descubren datos de un mapa oculto de la Antártida
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Actualizado: 14:36 10/12/2025

Durante ocho meses, un pequeño robot oceánico pareció tragado por la Antártida. El flotador —un instrumento del programa internacional Argo— desapareció bajo las plataformas de hielo de Denman y Shackleton, en el este antártico, sin poder enviar datos por satélite.

Cuando por fin reapareció, regresó con algo mucho más valioso que su propia “supervivencia”: mediciones inéditas de una zona del planeta a la que nunca había llegado la instrumentación científica, clave para entender cómo se derrite el hielo y cuánto podrían subir los mares.

Al perder el GPS bajo el hielo, cada “cabezazo” del flotador contra la base helada se convirtió en una pista.

El vehículo llevaba más de dos años y medio a la deriva, dejándose llevar por corrientes gélidas y recopilando casi 200 perfiles de temperatura, salinidad, presión, oxígeno, pH y nitratos a lo largo de unos 300 kilómetros de recorrido. Esos datos han sido analizados por un equipo del organismo australiano CSIRO y del Australian Antarctic Program Partnership, y acaban de publicarse en Science Advances en un estudio liderado por el oceanógrafo Stephen R. Rintoul. El trabajo demuestra que estos flotadores autónomos, diseñados originalmente para mar abierto, pueden convertirse en herramientas decisivas para husmear en los rincones más inaccesibles del océano bajo el hielo.

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El pequeño flotador que cartografió la oscuridad

La parte más dramática del viaje llegó cuando el robot quedó atrapado bajo las plataformas de hielo y dejó de poder ascender a la superficie para transmitir su información. En lugar de “morir” allí, siguió trabajando en la oscuridad: cada cinco días registraba perfiles desde el fondo marino hasta la base del hielo, construyendo el primer transecto oceánico completo jamás obtenido bajo una plataforma de hielo del este antártico. Es justo en esa estrecha capa de unos 10 metros bajo el hielo donde se decide cuánta energía térmica llega a la plataforma y, por tanto, qué ritmo de fusión va a tener.

Los resultados dibujan un contraste muy claro entre las dos zonas estudiadas. La plataforma de Shackleton aparece, de momento, relativamente protegida: el flotador no detectó la entrada de aguas lo bastante cálidas como para desencadenar un deshielo acelerado desde la base. Denman, en cambio, muestra señales de algo más inquietante: una lengua de agua templada alcanza la cavidad bajo el glaciar, en una especie de situación intermedia entre los grandes sistemas “cálidos” y los “fríos” de la Antártida. Los modelos apuntan a que pequeños cambios en el grosor de esa capa cálida podrían disparar la fusión y empujar a Denman hacia un retroceso inestable; si ese glaciar colapsara por completo, su cuenca podría aportar del orden de metro y medio al nivel del mar global.

Seguir la pista del flotador y del futuro del mar

Reconstruir por dónde había pasado exactamente el robot fue casi un juego de detectives. Al perder el GPS bajo el hielo, cada “cabezazo” del flotador contra la base helada se convirtió en una pista: registraba la profundidad del hielo en ese punto. Cruzando esos datos con mapas por satélite del espesor de las plataformas, el equipo consiguió trazar la ruta que había seguido bajo Denman y Shackleton y situar cada medición en el mapa. La oceanógrafa Delphine Lannuzel lo resumía con una frase que ya se ha convertido en lema de la misión: “Ante la inmensidad de una región tan salvaje, esta es la asombrosa historia del pequeño flotador que pudo”.

Más allá de la épica tecnológica, el mensaje de fondo es muy claro: si se despliegan más robots como este a lo largo de la plataforma continental antártica, se podrá reducir de forma notable la gran incógnita que pesa sobre las proyecciones de subida del nivel del mar. La mayor parte de la población mundial que vive en zonas costeras depende, sin saberlo, de procesos microscópicos que ocurren en esa delgada frontera entre océano e hielo.

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