El hallazgo se produjo en un lugar que, para la ciencia climática, es casi sinónimo de misterios enterrados bajo kilómetros de hielo: las Allan Hills de la Antártida Oriental. Allí, un equipo internacional vinculado a COLDEX (Center for Oldest Ice Exploration) y financiado por la Fundación Nacional de Ciencias de Estados Unidos logró extraer el bloque de hielo más antiguo jamás recuperado: unos seis millones de años de antigüedad.
La cifra no es arbitraria: supone retroceder a un periodo anterior al momento en que la Antártida se cubrió de hielo de forma permanente, cuando el planeta era mucho más cálido y el Océano Austral funcionaba de otro modo. Es, en esencia, una muestra congelada del clima antes de la Antártida que hoy conocemos.
Lo extraordinario no es solo la edad, sino la forma en que quedó atrapada su memoria. En el interior del hielo se esconden microscópicas burbujas de aire que no han cambiado desde que quedaron selladas en la superficie hace millones de años. Esas burbujas son, para los paleoclimatólogos, auténticas cápsulas del tiempo químicas: contienen la atmósfera exacta del pasado. Gracias a técnicas de medición de isótopos —especialmente del gas noble argón— es posible determinar no solo la cronología precisa del hielo, sino también la composición de aquel aire antiguo, las concentraciones de dióxido de carbono y la temperatura relativa de la Tierra en ese periodo.
Lo que cuenta el aire antiguo
Los glaciólogos coinciden en que el planeta atravesaba por entonces un clima sensiblemente más cálido que el actual, con océanos menos fríos y niveles del mar más elevados. Entender ese escenario resulta crucial porque guarda paralelismos con los modelos climáticos que prevén un calentamiento acelerado en las próximas décadas. Al estudiar cómo respondieron el hielo y las corrientes oceánicas en aquel mundo antiguo, los investigadores pueden identificar los umbrales críticos que podrían desencadenar deshielos abruptos hoy. Dicho de otra manera: el bloque de hielo recién extraído no es sólo una reliquia geológica, sino una advertencia.
La forma en la que se produjo el descubrimiento también demuestra el peso de la tecnología moderna en la investigación polar. Mientras que en el interior de la Antártida se requieren perforaciones que superan los 2.000 metros para alcanzar hielo antiguo, en Allan Hills basta con 200 metros: los vientos catabáticos —corrientes gélidas que descienden desde el altiplano antártico— erosionan lentamente el hielo, dejando al descubierto capas más profundas en superficie. Aun así, fue necesario combinar imágenes satelitales, cartografía de radar y sensores térmicos para identificar la zona exacta que preservaba la muestra en su estado original.
Lecciones para los frentes que ceden
Otros glaciares asentados sobre plataformas rocosas cercanas al nivel del mar podrían experimentar colapsos rápidos cuando la temperatura oceánica sube, como ya se ha observado en algunos frentes helados de la Antártida Occidental. El caso del glaciar Hektoria, que perdió ocho kilómetros en apenas dos meses, ha sido citado como ejemplo reciente de cómo ciertos sistemas glaciales no se derriten lentamente: se desploman. El hielo “fósil” de Allan Hills podría ayudar a comprender cómo y cuándo se desencadenan esos puntos de no retorno.
Para los investigadores, este núcleo es solo el principio. COLDEX tiene como objetivo encontrar hielo aún más antiguo —hasta 10 o 15 millones de años— para reconstruir la historia completa de la criosfera. Si lo logran, la humanidad dispondrá de una línea directa para comparar nuestro presente con el pasado profundo de la Tierra. De ese contraste dependerá nuestra capacidad para anticipar el ritmo real del deshielo global y planificar sus consecuencias. En palabras del paleoclimatólogo Ed Brook: “Existen momentos en la historia del planeta en los que todo puede cambiar muy rápido. Este hielo nos ayudará a saber si estamos acercándonos a uno de esos momentos”.















