Christopher Nolan va a cambiarlo todo con La Odisea, la primera película rodada íntegramente con cámaras IMAX. Aún falta un año para que la nueva y grandilocuente propuesta de Christopher Nolan aterrice en nuestras pantallas, una espera que, aunque larga, resulta breve si la comparamos con el periplo de Ulises rumbo a Ítaca tras la guerra de Troya.
Esta adaptación contemporánea del clásico homérico llega tras varias versiones en la gran pantalla, algunas ya olvidadas, pero ninguna con el brillo que alcanzó la dirigida por Wolfgang Petersen con Brad Pitt en 2004.
Christopher Nolan reescribe las reglas del cine con La Odisea: un regreso al mito fundacional tras dos décadas
Curiosamente, aquel mismo año Nolan declinó la oferta de Warner Bros. de rodar aquella épica cinta de batallas entre aqueos y troyanos para embarcarse en la resurrección del Caballero Oscuro, dando inicio a una trilogía que no solo revitalizó el género de superhéroes, sino que reconfiguró su propia trayectoria artística, catapultándolo al Olimpo de Hollywood. Ahora, dos décadas después, el cineasta regresa a su Ítaca personal, ese universo que dejó momentáneamente de lado para entregarse al mito del hombre murciélago, con la promesa de una ambición aún más desbordante, fiel a su estilo.
La expectación ya está en marcha. Por primera vez, las entradas para esta superproducción han salido a la venta con una anticipación inédita, lo que ha provocado que algunos aficionados más entusiastas se lancen a revenderlas, disparando sus precios desde los 28 dólares originales hasta cifras que rondan los 300 o 400, obteniendo beneficios descomunales y anticipando la vorágine mediática que se avecina. Sí, como un concierto de Taylor Swift.
Este proyecto no parece un simple experimento ni una apuesta puntual por el cine épico. Más bien, se perfila como un regreso al Nolan de sus orígenes, aquel joven cineasta inquieto que aún no había cimentado su reputación como maestro de los complejos entramados temporales y los blockbusters de peso. Antes de todo eso, Nolan era un narrador obsesivo, y esta nueva obra podría tender un puente entre ese creador y el artista consagrado que conocemos hoy.
La Odisea es, en esencia, un relato primordial sobre la identidad, la pérdida y el reencuentro. Y sabiendo que Nolan no da puntada sin hilo —una cualidad que comparte con su ídolo Stanley Kubrick—, la elección de este mito fundacional probablemente no sea casual. Tras años de estruendo y éxitos comerciales, el director parece querer retornar al eco silencioso del mito, pero a una escala que solo alguien de su calibre puede permitirse.
Quizás también haya un componente más terrenal en esta elección. Cuando en 2004 rechazó Troya, Nolan era todavía un director hambriento, sin la capacidad económica ni creativa para levantar un proyecto de semejante envergadura. Volver ahora, más de veinte años después, puede entenderse como una especie de justicia poética.
Todavía es pronto para saber si Nolan explorará en esta producción los juegos temporales que tanto lo obsesionan dentro del marco clásico de Homero, una obra que no parece prestarse a ese tipo de experimentos formales -y que va a revolucionar los efectos especiales-. Pero lo que sí parece claro es que el cineasta quiere reinterpretar aquel relato épico para una generación que parece haber olvidado cómo se escucha una historia que no cabe en una escena postcréditos.















