Un reciente descubrimiento arqueológico en Guatemala ha desatado una auténtica conmoción entre los expertos en civilizaciones precolombinas. En el yacimiento de Coto Correa, cercano al sitio maya de Tikal, un altar de 1.700 años de antigüedad ha revelado una inesperada conexión con la cultura teotihuacana, a pesar de hallarse a más de 1.000 kilómetros de distancia de su núcleo en el altiplano central mexicano.
Este hallazgo sugiere una influencia teotihuacana mucho más extensa de lo que se creía, cuestionando las fronteras tradicionales entre las grandes culturas mesoamericanas.
Un altar policromado que habla de tormentas… y alianzas
Tallado en piedra caliza y decorado con pigmentos rojos, amarillos y negros, el altar representa una figura asociada al llamado “Dios de la Tormenta”, una deidad característica del imaginario teotihuacano. Para los investigadores, este detalle iconográfico es clave: indica no solo la circulación de elementos religiosos, sino también la posible presencia directa de artesanos, emisarios o incluso poblaciones teotihuacanas en pleno corazón del mundo maya.
Los trabajos de excavación revelaron que el altar se encontraba en una zona residencial, lo que refuerza la hipótesis de que hubo convivencia —y no solo intercambio simbólico— entre comunidades de ambas culturas. “La precisión de las incisiones y la estructura arquitectónica del conjunto evidencian una clara intención ceremonial y una ejecución profesional”, explicó uno de los arqueólogos principales del equipo.
El contexto político del hallazgo añade aún más capas al relato. Se estima que el altar fue erigido en torno al año 378 d.C., una fecha que coincide con el ascenso teotihuacano en regiones mayas tras la misteriosa caída de monarcas locales. Este periodo coincide con lo que algunos historiadores describen como una “intervención foránea” en Tikal, posiblemente impulsada por alianzas militares o redes de comercio con Teotihuacán.
Además, fue hallado sobre una plataforma que contenía los restos de tres bebés, enterrados de forma ritual bajo sus esquinas. Este detalle sugiere que su uso fue político y religioso, como parte de una estrategia para legitimar nuevos liderazgos mediante ritos de fundación con fuerte carga simbólica.
Un hallazgo que obliga a repensar Mesoamérica
Este descubrimiento modifica sustancialmente la narrativa sobre la supuesta separación entre las civilizaciones mesoamericanas. Lejos de ser compartimentos estancos, Tikal y Teotihuacán parecen haber mantenido vínculos intensos, complejos y prolongados, que incluyeron intercambio de saberes, religiones y estructuras de poder.
Las investigaciones siguen en marcha. Equipos multidisciplinares están empleando espectrometría para analizar los pigmentos, así como técnicas de datación de última generación para precisar los momentos de construcción, uso y abandono del altar. Si se confirma que fue obra directa de migrantes teotihuacanos, estaríamos ante una de las evidencias más sólidas de interacción cultural transregional en la América antigua.















