Desde los primeros compases —el oscuro y marciano relato de tensión de Alien: el octavo pasajero (1979)— hasta la acción desenfrenada y militarizada de Aliens (1986), la saga del xenomorfo se ha erigido como piedra angular del terror y la ciencia ficción. En ese linaje inquebrantable, Alien: Planeta Tierra emerge no simplemente como una nueva entrega: es una reimaginación audaz que honra ese legado fundacional, incluso lo eleva.
Al igual que Ridley Scott inauguró el horror cósmico, y James Cameron redobló la adrenalina con un pulso narrativo feroz, Noah Hawley, showrunner de la ficción para Disney+, concilia ambas vertientes. Esta serie, que llega el 13 de agosto a la plataforma de streaming, no expande la saga desde lo superficial, sino que la reinvierte con profundidad filosófica y carga emocional. Es la mejor entrega de la licencia tras las películas de Scott y Cameron. Y no estamos exagerando.
‘Alien: Planeta Tierra’ es el mayor regalo a la saga desde que James Cameron reinventó el terror en el espacio
Todo arranca como muchas buenas historias de Alien: sin tener demasiado en cuenta los antecedentes ni la enorme cantidad de material grabado, dibujado o escrito previamente en esta saga de ciencia ficción y terror. Tras el accidente de una nave de Weyland-Yutani en una ciudad de la corporación Prodigy con una carga terrorífica, todo se descontrola. Por primera vez en esta licencia, se convierte nuestro planeta en el nuevo tablero de juego, un escenario doméstico del horror que transforma lo desconocido en amenaza inminente en forma de xenomorfo. Funciona a la perfección.
Ambientada en 2120, Planeta Tierra enfrenta al espectador con dilemas éticos que trascienden la caza del alienígena. Wendy, encarnada por Sydney Chandler, sufre una metamorfosis que rompe con la teneza física de la enfermedad: su conciencia es transferida a un cuerpo sintético —un híbrido entre humanidad y máquina— y asume el simbólico nombre de Wendy, como si fuera un eco temporal del Peter Pan clásico en manos de Hawley. Esta metáfora, que funde la eterna juventud con la desolación de la pérdida de identidad, imprime una densidad metafísica al relato que pocas veces se ha visto en la saga.
Planeta Tierra arriesga, pero al mismo tiempo, respeta esa estética retrofuturista combinada con la claustrofobia y atmósfera pesada de Alien, sin perder pulso narrativo ni aristas contemporáneas, quizás pequeños peajes a considerar dentro de los requisitos de las producciones actuales. Pero lo que realmente distingue a esta producción es su ambición narrativa. No se trata de sobrevivir al monstruo —aunque ese terror persiste—, sino de explorar cómo los monstruos internos —corporaciones desalmadas, IA, dilemas morales, la búsqueda del control total— son tan letales como los xenomorfos.
Hay acción, claro pero es esta brújula moral orienta la historia más allá del simple susto, hacia una reflexión sobre el precio de la inmortalidad, la ética tecnológica y la fragilidad de lo humano. Así, Alien: Planeta Tierra nos recuerda que la saga no vive solo de goteos de sangre y colas largas: vive de su capacidad para interrogarnos. Desde el icónico corredor de la Nostromo, pasando por las estancias de Hadley's Hope, hasta las calles de nuestra Tierra futura, el horror continúa latiendo —pero ahora, más intenso, más complejo, más humano. No es solo un nuevo capítulo. Es, con justicia, posiblemente la más rica y madura entrega de la saga: una continuación no solo narrativa, sino filosófica, emocional y estética de Alien y Aliens, cuya huella aún resuena con fuerza.
