La famosa señal WOW!, registrada en agosto de 1977 por el radiotelescopio Big Ear en Ohio, sigue siendo uno de los mayores enigmas de la radioastronomía. Duró apenas 72 segundos, nunca volvió a repetirse y se detectó en la frecuencia de 1420 MHz, asociada al hidrógeno, un rango que la comunidad científica reserva habitualmente para observaciones astronómicas. Aquel día, el astrónomo Jerry Ehman escribió a mano la palabra “WOW!” junto a los datos, consciente de que estaba ante algo inusual, pero también prudente: nunca afirmó que la señal proviniese de inteligencia extraterrestre, solo que no podía descartarlo con la información disponible.
Casi medio siglo después, la aparición del cometa 3I/ATLAS, un objeto interestelar detectado en julio de 2025, reavivó el interés. Su trayectoria pasó por la misma región general de la constelación de Sagitario desde donde se detectó la señal WOW!, lo que llevó al astrofísico Avi Loeb (Universidad de Harvard) a calcular la probabilidad de que esta coincidencia fuera completamente aleatoria: alrededor del 0,6%, según sus estimaciones preliminares. Loeb no sostiene que el cometa emitiera la señal, pero sí que la coincidencia merece ser investigada, y sugiere realizar nuevas campañas de observación coordinadas. No todos los astrónomos comparten sus conclusiones, pero el cálculo ha reabierto un debate que llevaba años estancado.
Coincidencias y nuevas hipótesis
La pregunta clave es si un cometa puede generar una señal de radio tan precisa. La postura mayoritaria en la comunidad científica es no: los cometas pueden producir emisiones de radio débiles debido a procesos químicos en la coma, pero no se conoce ningún mecanismo natural capaz de producir una señal estrecha, intensa y coherente como la WOW!. Además, las observaciones más recientes de 3I/ATLAS no han detectado ningún tipo de emisión electromagnética artificial vinculada al objeto. Lo que sí se ha observado es algo ya documentado en otros cometas: un chorro de gas y polvo dirigido hacia el Sol, fenómeno explicado por sublimación localizada en zonas de la superficie.
Algunas afirmaciones difundidas en redes —como que el cometa contiene “aleaciones industriales”, que exhibe “aceleración no gravitatoria inexplicable” o que posee una “anticola anómala”— requieren matización. La llamada anticola es un fenómeno óptico bien descrito: se produce cuando partículas muy finas reflejan la luz solar de forma alineada con la órbita; no implica comportamiento artificial. La aceleración adicional también es habitual en cometas activos debido al empuje de los chorros de gas. Y hasta la fecha no existe ningún análisis revisado por pares que confirme composiciones metálicas imposibles o manufacturadas. La NASA y la ESA han sido explícitas en esto: no hay evidencia de tecnología o ingeniería en 3I/ATLAS.
Qué dice y qué no dice la evidencia
Lo que sí fascina a los investigadores es el origen interestelar del objeto. Se calcula que podría tener miles de millones de años, más antiguo que el Sistema Solar, lo que lo convierte en una pista directa de cómo se formaban los cuerpos helados en otras estrellas. Como explicó Davide Farnocchia (JPL, NASA), estos objetos son “cápsulas del tiempo galácticas”: fragmentos que viajan durante eones y que, cuando pasan cerca del Sol, permiten estudiar materia primitiva de otros sistemas estelares. Ese valor científico no depende de ninguna conexión con la señal WOW!: basta con que 3I/ATLAS sea un visitante auténtico del espacio profundo.
La coincidencia entre la región celeste de la señal WOW! y la trayectoria de 3I/ATLAS no demuestra relación causal, pero sí ha servido para reactivar nuevas observaciones coordinadas desde radiotelescopios y sondas espaciales. Si las señales se repitieran, incluso de forma débil o fragmentaria, sería un hito sin precedentes. Si no, la señal WOW! seguirá siendo lo que ha sido desde 1977: un misterio estadístico excitante, no resuelto, pero tampoco abandonado. Y 3I/ATLAS, por su parte, seguirá ofreciendo un laboratorio natural para entender cómo viaja, se desgasta y se activa un cometa nacido bajo otra estrella.















