A simple vista, parece un cambio menor, pero los nuevos tapones adheridos a los envases están generando mucho debate. Este diseño, que mantiene el tapón unido a la botella o brik tras abrirse, resulta menos intuitivo y más incómodo para los consumidores, especialmente cuando se trata de botellas pequeñas. Este cambio, sin embargo, no es una decisión arbitraria de los fabricantes, sino una respuesta a nuevas normativas medioambientales.
Una nueva ley de residuos tiene la culpa
La incomodidad de estos nuevos tapones es palpable, con críticas que van desde la dificultad de beber directamente de la botella hasta el problema de verter líquidos en un vaso. La respuesta a estas quejas es clara: el diseño se ha implementado para cumplir con la Ley 7/2022 sobre residuos y suelos contaminados, que sigue la Directiva (UE) 2019/904.
Esta legislación europea tiene como objetivo reducir la contaminación por plásticos de un solo uso, de los cuales los tapones son un componente significativo.
La legislación no solo apunta a los tapones unidos, sino también a una reducción general del uso de plásticos de un solo uso. La Unión Europea ha establecido metas ambiciosas, como la prohibición de ciertos embalajes plásticos para frutas y verduras a partir de 2030. Los tapones adheridos son parte de esta estrategia más amplia para abordar la contaminación plástica, especialmente en las playas europeas, donde estos pequeños objetos son un problema persistente.
Además de reducir la cantidad de plásticos en el medio ambiente, la normativa busca asegurar que el reciclaje sea más eficiente. Al mantener el tapón unido al envase, se garantiza que ambos lleguen juntos al punto de reciclaje, aumentando la probabilidad de que se reciclen correctamente. Esta medida también pretende evitar que los tapones se pierdan y contaminen, lo que es más probable cuando son piezas separadas.
