Análisis Lysfanga: The Time Swift Warrior - Un original juego de acción que te hace sentir inteligente (PC, Switch)
La idea sobre la que se sustenta Lysfanga: The Time Swift Warrior es genial. Sobre la base de un hack and slash en perspectiva cenital, que por momentos recuerda al maravilloso Hades, añade una mecánica que permite a la protagonista duplicarse, triplicarse, cuadruplicarse y más allá, ya que retrocede en el tiempo mientras sus versiones anteriores hacen las acciones realizadas en la anterior línea temporal. Pero lo que el estudio francés Sand Door Studio ha creado es impropio de un equipo independiente pequeño que crea su primer juego, un título que nació en la universidad y que llega de la mano de Spotlight, el sello de edición de Quantic Dream (los de Heavy Rain). Lysfanga se percibe fresco, original y divertido constantemente porque no para de introducir nuevas ideas que profundizan en esa fantástica premisa.
Los niveles se articulan en torno a una historia de civilizaciones antiguas que han estado atrapadas en el tiempo hasta ahora, de monstruos de origen desconocido, de deidades todopoderosas y de villanos que también quieren serlo, de traiciones y malentendidos, y de hermanos que separan sus caminos. No es una trama muy profunda ni demasiado chapas, pero lo es más de lo que debería.
El problema es que sus personajes son tan planos y los acontecimientos narrados nos suenan de tantas otras obras que, al final, el argumento no nos importa lo más mínimo, por lo que cada interrupción de la acción para presentar un diálogo o una secuencia se recibe con hastío.
¿Un hack and slash o un puzle?
Eso dice tanto de la trama como de los combates, que son fantásticos. Tienen lugar en arenas cerradas y el objetivo no es otro que acabar con todos los enemigos en su interior. Sin embargo, hay una falla que explota pasados unos segundos, y siempre hay más adversarios de los que da tiempo a vencer antes de que eso ocurra. Ahí es donde entra en juego el poder de la Lysfanga. Cuando la falla estalla, o cuando el jugador lo decida al pulsar el gatillo, la arena se reinicia, pero la anterior versión de la protagonista hace todas las acciones que hayamos hecho. Esto no se limita a una sola copia: a lo largo de la partida vamos incrementando la cantidad de remanentes que podemos crear, y al final las arenas se resuelven con auténticos ejércitos de clones que se coordinan para acabar con los monstruos.
Así, el juego es una mezcla de acción y de puzle, que nos obliga a estudiar los enemigos presentes en la batalla, el escenario y los elementos en él presentes antes de comenzar la arena, para así identificar los objetivos prioritarios y trazar una ruta óptima para la compleción del combate. Descrito con palabras puede parecer más complejo o intimidante de lo que realmente es, pero lo cierto es que una vez se pilla el concepto no es especialmente difícil, aunque no vamos a negar que haya algunas arenas que nos han dejado un buen rato estudiando el nivel, señalando a la pantalla para marcar el camino, a pesar de que luego, al hacerlo, apenas hayamos tardado un par de minutos en superarlo; la mayoría de los combates no duran mucho más que eso.
No es solo una buena idea, son muchas
Decíamos antes que lo que hace Lysfanga es poco habitual para una ópera prima. La idea es potente y original, pero en los videojuegos no es eso lo que falta. Lo que es menos común es desarrollarlas correcta y continuamente. Es sinceramente increíble cómo aquí no paran de introducirse variaciones, modificaciones, y en definitiva, un montón de ideas más que reformulan los combates, logrando que siempre se sientan frescos. Y lo hace de muchas maneras. A veces con enemigos, como los que se protegen con un escudo y debemos usar un clon para atacar por la espalda, los que están conectados y solo mueren al derrotarlos simultáneamente, o los gólem que lo llenan todo de áreas dañinas y cuyos puntos débiles están escondidos por el escenario.
Otras veces lo hace añadiendo mecánicas a las arenas en sí, como puertas que se cierran al atravesarlas a la vez que se abren otras, fallas que tardan menos en cerrarse o trampas que afectan a la Lysfanga y a sus copias. También se complejiza la propia estructura del escenario con portales, colocando los enemigos de manera vertical para obligarnos a usar ciertos hechizos o con muros que no caen hasta romper unos cristales. Incluso se altera el comportamiento de la protagonista, por ejemplo, introduciendo cambios de fase para que pueda dañar a unos enemigos y no a otros.
Nos podríamos pasar párrafos hablando de todas las ideas que se añaden para agitar constantemente la coctelera de la esencia del juego, pero es muy satisfactorio descubrirlas y dejarse sorprender uno mismo con el ingenio de este equipo francés. Además, esto se lleva a otro nivel con los jefes finales: no son muchos ni son un reto enorme, pero sí son muy originales y son espectaculares por cómo llenan la pantalla de proyectiles y áreas que esquivar hasta el punto de que, por momentos, parece que estemos jugando a un bullet hell.
La única pega que le vemos al combate en sí, centrado en esquivar continuamente, es su sencillez como hack and slash. Habría estado bien disponer de más armas o, al menos, que las tres que existen tuvieran combos elaborados. Esa aparente falta de profundidad se suple con el otro pilar que le da chicha a cada arena: la personalización. Tenemos habilidades que se recargan con el tiempo, runas que en la práctica son habilidades pasivas, y un poder definitivo que se llena al hacer daño. No paramos de desbloquear nuevas, pero tampoco abruma: hay la cantidad justa para poder idear estrategias diferentes al cambiar el comportamiento del personaje, de las copias, de los daños en área y de otros elementos.
Accesible y rejugable
Es otra señal de que el objetivo de Sand Door Studio siempre es el de ofrecer un juego que todo el mundo pueda disfrutar. De hecho, tiene una curva de dificultad extraña, pues es más difícil al principio, cuando estás comprendiendo los pormenores de la propuesta y aún tienes pocas copias, que en las enormes batallas finales. Aun así, te hace sentir que estás realizando una hazaña detrás de otra. Lo difícil está en el contenido opcional. Una vez terminas la historia tras unas ocho horas y media te quedas saciado: no echas en falta más ni te sobra nada.
Pero hay bastante más para profundizar en sus sistemas. Se pueden repetir todas las arenas y jefes de la campaña para superarlos en menos tiempo del indicado. Más interesantes son los desafíos adicionales, variaciones de esas mismas fases pero con modificadores y retos que dan una vuelta de tuerca a cada nivel, que te obligan a afrontarlos de manera distinta, y que encima te puntúan tu maestría o torpeza como si se tratara de un Devil May Cry o un Bayonetta, a la vez que vas desbloqueando una historia secundaria que, si bien no es muy interesante, contribuye a querer completar todos estos desafíos.
Un mundo que destaca por la escala de sus escenarios
Si bien la mayor parte del tiempo la pasaremos en las arenas, no pasamos inmediatamente de una a la siguiente. La exploración es testimonial, pero sirve para dejar espacio, para dar unos segundos de calma entre combate y combate. Aquí no hay puzles, ni mecanismos ni ningún desafío físico o mental, sino simplemente escudriñar los escenarios cenitales para encontrar caminos alternativos que nos lleven a trajes cosméticos, orbes con los que comprar más atuendos, y lo realmente importante, cofres con fragmentos que, al sumar cuatro, nos desbloquea un clon adicional que, como habréis intuido, terminan funcionando como vidas o intentos extra.
Aunque es cierto que el título no sorprende en lo técnico, en el diseño de los personajes ni en la personalidad de los enemigos (aunque sí hace un trabajo muy bueno en conseguir que los identifiquemos por su forma rápidamente; es un título muy legible a pesar de las situaciones caóticas que se crean en pantalla), destaca precisamente en la recreación de esos escenarios que exploramos, que consiguen hacernos ver la escala majestuosa de los entornos a la vez que, muy de cuando en cuando, se pone juguetón con los movimientos de cámara y la perspectiva. La banda sonora acompaña mientras que los efectos de sonido podrían hacer más para representar los ataques y proyectiles. Los textos, por cierto, localizados correctamente al español un guion que está completamente doblado al inglés.
Conclusión
Lysfanga: The Time Swift Warrior es una de las primeras sorpresas independientes de 2024. No es intachable: al hack and slash se le echa en falta profundidad y la curva de dificultad es un tanto extraña. Pero su núcleo jugable, esa premisa de crear copias de nosotros mismos para resolver arenas de combate de otro modo imposibles de superar, no solo es original, sino que no para de crecer, mutar y sorprender con nuevas ideas. Es un título que constantemente se refresca, que te motiva a seguir jugando para descubrir la siguiente ocurrencia de los desarrolladores. Pero sobre todo es un juego que aúna dos sensaciones que no se cruzan con tanta asiduidad como nos gustaría: Lysfanga te hace sentir hábil e inteligente.
Hemos realizado este análisis gracias a un código para Steam facilitado por Meridiem Games. El equipo utilizado es el siguiente: Nvidia RTX 3070 8 GB, AMD Ryzen 5 5600X, 32 GB.