En la isla brasileña de Itamaracá, conocida por sus paisajes vírgenes y el turismo que deja tras de sí toneladas de desechos, un proyecto de vivienda autosuficiente y ecológica está desafiando las normas.
Se trata de la Casa de Sal, una vivienda construida con más de 8.000 botellas de vidrio recicladas por Edna y Maria Gabrielly Dantas, madre e hija que han demostrado que la sostenibilidad puede empezar en casa, incluso cuando los recursos son limitados.
El proyecto surge como respuesta a la creciente presión urbanística y la acumulación de basura que se ha intensificado en esta región de Pernambuco. La construcción no solo es un ejemplo de reutilización creativa, sino también una denuncia contra la falta de políticas eficaces para la gestión de residuos y la desigualdad social en el acceso a la vivienda.
De la necesidad a la innovación
Edna, de 55 años, creció en el agreste brasileño, una zona caracterizada por la escasez de agua y oportunidades. La reutilización y el ingenio formaron parte de su infancia y de su identidad, una filosofía que transmitió a su hija Maria Gabrielly, diseñadora de moda sostenible de 27 años. Ambas comparten raíces quilombolas e indígenas, que refuerzan su conexión espiritual y práctica con la naturaleza.
Durante la pandemia, la acumulación de residuos en las playas de Itamaracá llevó a Edna a soñar en grande: construir su casa con botellas desechadas. Así nació la Casa de Sal, levantada en dos años con madera reciclada, botellas de vidrio recogidas y ensambladas cuidadosamente, palets reutilizados y hasta tejas fabricadas con tubos de pasta de dientes.
Un hogar que es también un acto político
La construcción de la Casa de Sal expone la dualidad del reto medioambiental y social en Brasil. Según el Instituto Brasileño de Geografía y Estadística, más de 5,8 millones de personas carecen de vivienda digna en el país. Al mismo tiempo, la basura generada por el consumo intensivo y el turismo sigue creciendo sin una gestión eficaz.
“Estas botellas no van a desaparecer solas. Si nadie regula su uso o sanciona su abandono, lo mínimo es reutilizarlas”, denuncia Edna, resaltando cómo el reciclaje se convierte en un acto de resistencia ante la inacción política.
Pero no todo fue fácil. Gabrielly destaca las barreras de género que enfrentaron en un sector dominado por hombres. “Queríamos contratar mano de obra solo para tareas puntuales, pero siempre querían decirnos cómo hacer las cosas. Como si no fuéramos capaces”, señala. Una experiencia que refleja un problema persistente: el machismo en el ámbito de la construcción y el urbanismo.