El video “maldito” de Ringu (Hideo Nakata, 1998) —y su homólogo en The Ring (Gore Verbinski, 2002)— condensa en apenas minuto y medio un catálogo de imágenes que desatan la maldición de Sadako/Samara: quien lo ve recibe una llamada y muere siete días después. La idea nace en la novela de Kōji Suzuki (1991), semilla de una franquicia que saltó de Japón a Hollywood y dio forma al gran fenómeno del J-horror a caballo de siglo.
Ese breve montaje —escalera, peine, gusanos, árbol, pozo— funciona como un enigma audiovisual que parece filmado por la propia tecnología; un “objeto” analógico que contagia pavor con su textura degradada y su lógica de pesadilla. Críticos y académicos han leído ahí una hauntología de lo analógico: el VHS como fetiche tóxico, la estática televisiva como retórica del miedo y la cinta como “carta en cadena” que obliga a copiarse para sobrevivir.
El VHS como maldición moderna
Nakata amarró esa inquietud desde el sonido: trabajó con Kenji Kawai en una banda que mezcla música y foley hasta hacerlos indistinguibles; el ring del teléfono se compuso superponiendo calidades distintas para que no sonara “a teléfono de película”. Esa microcirugía sonora, sumada al montaje ascético, explica por qué el video resulta tan “industrial” y a la vez sobrenatural, como si la interferencia técnica fuese una puerta a otra cosa.
En el libro, el origen es aún más retorcido: Suzuki plantea un “virus paranormal” nacido de la psique de Sadako y de la copia como mecanismo de propagación; la maldición solo se aplaza si reproduces y pasas la cinta. Las películas simplifican el “cómo” —en Japón, emisión psíquica capturada; en EE. UU., “impresión” de imágenes por Samara—, pero conservan el núcleo moral: la supervivencia exige complicidad con el mal.
Copiar para sobrevivir
Hollywood entendió el poder de ese símbolo y lo convirtió en marketing viral: en 2002, fragmentos del video se emitieron de madrugada sin créditos, y cintas VHS aparecieron en parabrisas con solo una URL; la campaña se completó con sitios en red que simulaban cartas abiertas sobre la maldición. El resultado fue un éxito global que consolidó a The Ring y fijó para siempre la imagen de una niña mojada saliendo del televisor como icono del terror moderno.
A la distancia, Ringu/The Ring sigue siendo clase magistral de economía del horror y pieza clave del boom J-horror junto a Ju-on. Su legado trasciende lo viral: reinstala tradiciones del yūrei y el pozo como umbral, a la vez que dialoga con la ansiedad tecnológica de fin de siglo. De ahí que aquel VHS de minuto y medio no sea solo un susto memorable: es una tesis comprimida sobre mirar, copiar y contagiar imágenes en la era de los medios.















