Desde hace años, Elon Musk ha convertido su obsesión con Marte en una bandera. El fundador de SpaceX no sólo quiere construir cohetes, robots y baterías solares: sueña con llevar a la humanidad al Planeta Rojo y convertirlo en el próximo hogar de nuestra especie. Pero no todos los científicos aplauden ese delirio de colonización interplanetaria. El astrofísico Adam Becker, por ejemplo, no se anda con rodeos y ha calificado esa idea como “una de las cosas más estúpidas que alguien puede decir”.
El sueño marciano de Elon Musk se estrella contra la ciencia: "Incluso tras un apocalipsis, la Tierra seguiría siendo un paraíso comparado con Marte"
Becker ha querido desmontar el mito punto por punto. Y lo hace con argumentos tan aplastantes como el propio terreno marciano. Según él, incluso en los peores escenarios que podamos imaginar para la Tierra —desde un calentamiento global descontrolado hasta una guerra nuclear a escala global, o el impacto de un asteroide como el que acabó con los dinosaurios—, nuestro planeta seguiría siendo infinitamente más hospitalario que Marte.
Becker no se limita a descalificar la idea de Musk con una frase contundente: la refuta con ciencia y datos contundentes. Aunque la Tierra sufriera un colapso climático, un invierno nuclear o incluso el impacto de un asteroide, seguiría siendo, en términos prácticos, un paraíso frente a Marte. Aunque contaminada, la Tierra conservaría una mezcla respirable de oxígeno y nitrógeno. Marte, por su parte, ofrece un aire irrespirable compuesto en un 95% de dióxido de carbono, con una presión superficial de apenas 0,006 bar.
Porque mientras aquí podríamos seguir accediendo al agua —aunque estuviera contaminada—, en Marte el hielo permanece atrapado bajo capas profundas y heladas, inaccesibles para cualquier tecnología viable a corto plazo. Y aunque la temperatura terrestre pudiera desplomarse, nada comparable al invierno perpetuo que reina en el planeta rojo, con medias de -63 grados que harían inhabitable cualquier rincón sin soporte vital.
Tampoco hay comparación posible en cuanto a protección frente a la radiación: la Tierra, incluso devastada, seguiría contando con un campo magnético que nos protege de los rayos cósmicos. Marte, por el contrario, es una roca desnuda expuesta al espacio, sin escudo natural. Y el suelo, ese elemento básico para cualquier forma de vida, aquí seguiría conteniendo materia orgánica. Allí, en cambio, está impregnado de percloratos, compuestos tóxicos con efectos cancerígenos que harían inviable cualquier intento de cultivo sin una infraestructura artificial titánica.
Para Becker, el romanticismo de colonizar Marte se estrella contra esta realidad física: si el objetivo es sobrevivir, hay muchas más razones para salvar la Tierra que para abandonarla. Para el astrónomo, el plan de Musk es comparable a abandonar un hospital destrozado para irse a morir a un desierto radiactivo sin oxígeno. Aunque se terraformaran los polos marcianos con bombas nucleares, como alguna vez propuso el magnate, la necesidad de vivir bajo cúpulas presurizadas —que podrían fallar con facilidad— nos condenaría a una existencia de encierro permanente.
Y lo peor: el coste de intentar hacer habitable Marte es tan desorbitado que, según Becker, con esa inversión podríamos arreglar los problemas más graves de la Tierra y aún nos sobraría dinero para plantar flores.















