La compañía japonesa ispace ha sufrido un nuevo y costoso fracaso en su objetivo de aterrizar en la Luna. Su módulo de aterrizaje, Resilience, perdió comunicación con la Tierra en los últimos metros de su descenso, en lo que parece haber sido un impacto violento contra la superficie lunar.
Este accidente reproduce en gran medida el fiasco de la primera misión de ispace en 2023 con el módulo Hakuto-R y confirma lo arduo que sigue siendo conquistar nuestro satélite natural.
Partió a bordo de un cohete de Elon Musk
La misión, que partió en enero a bordo de un cohete Falcon 9 de SpaceX y había alcanzado sin problemas la órbita lunar en mayo, formaba parte de la estrategia de ispace para abrir el camino a misiones comerciales y científicas. Transportaba, entre otros instrumentos, el microrrover Tenacious, un sistema de electrólisis para dividir agua en hidrógeno y oxígeno, y un disco duro de la UNESCO con fragmentos culturales de 300 lenguas. Pero la comunicación se perdió a tan solo 52 metros de altitud, cuando el módulo viajaba a 187 km/h, demasiado rápido para un aterrizaje controlado.
La causa probable: fallos en la medición láser
El análisis preliminar apunta a un problema en el telémetro láser (o lidar), que tardó en enviar datos precisos de altitud. Sin esa referencia, el módulo no frenó a tiempo y colisionó con la superficie de la Mare Frigoris. El fundador de ispace, Takeshi Hakamada, lamentó la pérdida e indicó que el equipo analizará minuciosamente la telemetría para evitar errores similares en futuras misiones.
El desafío histórico del alunizaje
Este segundo intento fallido de ispace subraya lo que científicos y agencias espaciales ya conocen bien: alunizar sigue siendo difícil. Aunque la NASA logró su primer alunizaje en 1966 con Surveyor 1, y la humanidad dejó huella con el Apolo 11 en 1969, más de la mitad de los intentos de alunizaje recientes han fracasado (Gómez-Elvira, 2021, Revista de Estudios Lunares).
Incluso en la era moderna, proyectos como el CLPS (Commercial Lunar Payload Services) de la NASA, que busca externalizar cargas científicas a empresas privadas, se han encontrado con los mismos retos: ajustar los descensos finales con precisión, calibrar los sensores en un entorno sin atmósfera y compensar la falta de redundancias de las misiones institucionales.
Este nuevo fracaso técnico refuerza la idea de que, aunque la colaboración público-privada y los sistemas low-cost fomentan la innovación, todavía necesitan más madurez para igualar las tasas de éxito de programas históricos como Apolo o Chang’e. El siguiente paso para ispace será identificar si los fallos vinieron del hardware del telémetro o de la programación de su software de vuelo, algo que también se vio en la misión Hakuto-R (Kawasaki et al., 2024, Journal of Spacecraft and Rockets).
La carrera para establecer bases sostenibles en la Luna continúa, y la presión para reducir costes y plazos es cada vez mayor. No obstante, este accidente recordará a todas las agencias —y a la opinión pública— que en la frontera de la exploración espacial, cada metro importa. Japón, que ha sido pionero en varias áreas (como la misión Hayabusa a asteroides), sigue buscando consolidar su presencia en la Luna. Pero como bien señala la literatura científica (Wieczorek et al., 2023, Annual Review of Astronomy and Astrophysics), el camino hacia el éxito es largo y lleno de obstáculos.















