A plena luz del día y con el museo ya abierto al público, cuatro asaltantes ejecutaron en el Louvre un golpe tan breve como quirúrgico: en apenas cuatro minutos, forzaron una ventana con ayuda de una grúa con cesta, irrumpieron en la Sala Apolo y cortaron con herramientas eléctricas las vitrinas que custodiaban joyas históricas de la Corona francesa. Ocurrió media hora después de la apertura dominical y antes de que el personal pudiera reaccionar entre el flujo de visitantes.
Cuando la alarma interna activó los protocolos, los ladrones ya descendían por el exterior y huían en moto por las calles de París. Del botín —ocho piezas con zafiros, esmeraldas y broches de época— solo ha aparecido un rastro: la corona de la emperatriz Eugenia, recuperada en el exterior del edificio y visiblemente dañada, presumiblemente perdida durante la fuga.
El museo ordenó el desalojo parcial de sus salas nada más confirmarse el alcance del robo y colaboró de inmediato con la policía científica, que peinó accesos, pasarelas y marcos de las vitrinas en busca de huellas, fibras y cortes de herramienta susceptibles de vincular el material usado con proveedores o encargos previos. La dirección ha calificado el valor de las piezas como “incalculable” por su relevancia histórica y simbólica, extremo que complica cualquier intento de colocación en el mercado legal y que, paradójicamente, eleva el riesgo de que el botín sea desmantelado: los especialistas en tráfico ilícito recuerdan que en este tipo de golpes lo habitual es desmontar monturas y recortar gemas para impedir su trazabilidad, de modo que una eventual recuperación difícilmente permitiría devolver los conjuntos a su estado original.
Un patrón que se repite
Más allá del impacto inmediato, el asalto ha reabierto un debate que en el Louvre venía larvándose desde antes de la pandemia: la masificación turística y las obras internas no han ido acompañadas, según el sindicato de trabajadores, de un refuerzo proporcional de vigilancia, personal y control de flujos. En ciertos recorridos, describen fuentes internas, la densidad de visitantes dificulta tanto la prevención como la reacción, con pasillos saturados, puntos ciegos temporales por andamiajes y equipos ajustados a turnos muy exigentes. El museo asegura que revisará protocolos y cargas de trabajo, pero el episodio ha expuesto de forma brutal la tensión entre accesibilidad cultural y blindaje patrimonial.
El robo llega, además, en un contexto poco halagüeño: Francia encadena incidentes de alto perfil en instituciones culturales y residencias privadas, con sustracciones recientes en el Museo Adrien-Dubouché y el Museo Nacional de Historia Natural, y denuncias en enclaves de lujo como Niza o Saint-Tropez. La concatenación de casos ha tenido traducción inmediata en la arena política, con cruces de reproches sobre el estado de la seguridad pública y el mantenimiento de los símbolos nacionales. “El Louvre es un emblema mundial de nuestra cultura”, han lamentado voces de la oposición al calificar el golpe de “humillación para el país”, mientras el Gobierno pide prudencia y promete medios adicionales para la investigación.
En términos operativos, los investigadores trabajan con la hipótesis de una planificación meticulosa: el uso de una grúa en un punto concreto del perímetro, la elección de la Sala Apolo y el tiempo de ejecución sugieren reconocimiento previo, inteligencia sobre rutinas y una logística externa preparada para una retirada rápida. Ese grado de profesionalidad reduce el margen para la improvisación —y, con ello, para los errores que suelen permitir detenciones tempranas—, lo que alimenta el pesimismo entre los expertos sobre la posibilidad de ver de nuevo las piezas tal y como lucían en sus vitrinas. En robos semejantes, advierten, la clave para recuperar obra íntegra es actuar en cuestión de horas; pasado ese umbral, la cadena de talleres y reventa fragmenta el rastro.
Robos anteriores
La dirección del Louvre, que ya vivió en 1911 el robo de la Mona Lisa —episodio que convirtió el cuadro en un icono global—, insiste en que la misión del museo continúa, pero reconoce que el foco inmediato se centra en un doble frente: reforzar la custodia del resto de colecciones y acompañar una investigación compleja que exige cotejar imágenes de seguridad internas y urbanas, movimientos de alquiler de maquinaria y comunicaciones previas. Queda por concretar cuándo reabrirán todas las salas afectadas y qué cambios de seguridad se implantarán a corto plazo.















