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Pompeya no murió con la erupción del Vesubio: muchas personas vivieron sobre cenizas y cadáveres durante siglos

Científicos critican que durante siglos de excavaciones se hayan ignorado o directamente eliminado las huellas de esta etapa de reocupación.
Pompeya no murió con la erupción del Vesubio: muchas personas vivieron sobre cenizas y cadáveres durante siglos
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Actualizado: 13:01 10/8/2025
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Contrario a la imagen ampliamente difundida de una Pompeya petrificada en el tiempo desde la erupción del Vesubio en el año 79 d.C., recientes excavaciones arqueológicas demuestran que la ciudad no fue completamente abandonada tras la catástrofe. El Parque Arqueológico de Pompeya ha confirmado esta semana el hallazgo de restos que evidencian una reocupación prolongada, en forma de asentamientos precarios que persistieron durante siglos. La conocida "ciudad muerta" fue en realidad, durante un tiempo, un espacio habitado por supervivientes y desplazados que convivieron con las ruinas y la memoria viva del desastre.

Vivieron entre escombros y miseria

Los trabajos se han centrado en la Insula Meridionalis, donde se han identificado restos humanos, estructuras modificadas y signos de actividad doméstica posteriores a la erupción. Según los responsables del yacimiento, estas personas—probablemente antiguos habitantes sin medios para marcharse o recién llegados sin nada que perder—ocuparon los pisos superiores que aún sobresalían entre un mar de ceniza. Vivían entre escombros, sin acceso a las infraestructuras básicas del mundo romano, como acueductos o sistemas de alcantarillado, en condiciones descritas como cercanas a una "favela" por el propio director del parque, Gabriel Zuchtriegel.

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La imagen que se perfila es la de un "campamento improvisado" donde la precariedad y la necesidad impulsaron una forma de vida marginal en medio de un paisaje apocalíptico. Algunas de estas personas excavaban en las ruinas en busca de objetos de valor, enfrentándose al riesgo real de encontrar cadáveres en descomposición. La vegetación regresó rápidamente al entorno, y con ella, una especie de vida social de baja intensidad, sostenida por la resiliencia y la desesperación de quienes no tenían otro lugar al que ir.

En un intento por restaurar la gloria de la ciudad, el emperador Tito llegó a enviar a dos excónsules con la misión de organizar su recuperación. Sin embargo, los esfuerzos fueron en vano. Pompeya nunca volvió a ser el vibrante centro urbano que había sido. El fracaso de la reconstrucción oficial contrasta con la estrategia espontánea y desorganizada de los que regresaron a vivir allí, una dinámica que pone en cuestión la idea de la desaparición inmediata y absoluta tras el 79 d.C.

Zuchtriegel ha criticado que durante siglos de excavaciones se hayan ignorado o directamente eliminado las huellas de esta etapa de reocupación. En la obsesión por conservar los niveles del año 79 con sus frescos y mobiliario intactos, se borraron las señales de la vida que continuó después. “La destrucción ha monopolizado la memoria histórica”, lamenta. Gracias a las técnicas actuales y a un enfoque más sensible con la estratigrafía arqueológica, esta Pompeya "después del fin" comienza por fin a salir a la luz.

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