Una momia descansa desde hace más de cien años en el Museo Egipcio de El Cairo, y aún hoy sigue envuelta en misterio. Su presencia impone respeto. Su historia, sin despejar del todo, ha fascinado a generaciones de arqueólogos, historiadores y expertos en la civilización faraónica. Su nombre: Bashiri. Su apodo, más elocuente aún: “El Intocable”.
Ni Carter se atrevió a abrirla
Descubierta en 1919 por Howard Carter —el mismo arqueólogo que hallaría pocos años después la tumba de Tutankamon—, la momia fue localizada en el Valle de los Reyes, uno de los enclaves funerarios más sagrados del antiguo Egipto. Desde entonces, nadie ha osado abrir su tumba ni deshacer sus vendajes. A diferencia de otros restos que han sido minuciosamente analizados y expuestos, la momia de Bashiri ha permanecido intacta. No por falta de interés científico, sino por temor: a dañarla, a profanar algo que no se comprende del todo o, tal vez, a abrir una caja de Pandora arqueológica.
Los vendajes que envuelven a Bashiri no siguen la disposición tradicional. En lugar de simples capas superpuestas, el patrón recrea el diseño de las pirámides, en una simetría obsesiva que sugiere una finalidad simbólica o ritual. Este diseño inusual ha sido interpretado por algunos investigadores como un mensaje: quien fuera enterrado allí no debía ser tocado. Tal vez, como advertencia. Tal vez, como muestra de veneración.
Su identidad no ha sido confirmada
Uno de los detalles más impactantes se encuentra en el cierre lateral del pecho. Varias filas de perlas se entrelazan con púas terminadas en cabezas de halcón, emblema sagrado de Horus, el dios del cielo y la realeza. Este ornamento sugiere que el difunto fue una figura destacada, quizá de linaje noble o vinculado a la casta sacerdotal del periodo ptolemaico, entre los siglos II y III a.C. Sin embargo, su identidad no ha sido confirmada. Algunas inscripciones sugieren los nombres “Bashiri” o “Neno”, pero los expertos no se han puesto de acuerdo sobre cuál es el verdadero.

Los análisis realizados, siempre no invasivos, han incluido tomografías computarizadas y radiografías de alta resolución. Gracias a estas técnicas se ha determinado que se trata de un hombre adulto, de aproximadamente 167 centímetros de altura. No presenta signos evidentes de violencia, lo que ha reforzado la hipótesis de que murió de causas naturales y que fue enterrado con un nivel de ceremonia reservado a personas de altísimo rango.
Para muchos egiptólogos, Bashiri representa una excepción dentro del arte funerario del Egipto helenístico. Su envoltorio, su simbolismo y el silencio que lo rodea parecen apuntar a una figura de culto o a un personaje cuya historia fue deliberadamente borrada o mantenida en secreto. Abrir sus vendajes sería, desde una perspectiva técnica, perfectamente posible hoy día. Pero nadie ha dado el paso. “La tecnología permite saber mucho sin necesidad de tocar”, han argumentado los responsables del Museo Egipcio de El Cairo.