Tokio es, desde hace más de siglo y medio, el gran corazón político y económico de Japón. Un centro que late con tal fuerza que el resto del país orbita inevitablemente a su alrededor. Pero ese equilibrio podría cambiar -aunque sea ligeramente- si prospera un debate que lleva meses encendiéndose en los pasillos del poder nipón: la posibilidad de crear una capital de respaldo, una ciudad capaz de asumir las funciones del Gobierno si la metrópolis sufre un golpe de gravedad.
Una suerte de “salvavidas institucional” pensado tanto para repartir poder como para blindar la continuidad del Estado frente a terremotos, tsunamis o emergencias de gran escala. En Japón se preparan para lo peor.
El Gobierno japonés baraja una capital alternativa ante el riesgo real de un gran terremoto
La discusión no es menor. La idea ha abierto un melón que afecta directamente a la economía, a la densidad demográfica de las grandes regiones y, sobre todo, al mapa político de la nación. Los dos partidos que lideran la conversación -el omnipresente Partido Liberal Democrático y la emergente formación Nippon Ishin (JIP)- plantean que Japón necesita un segundo centro neurálgico que contribuya a descongestionar Tokio y a dinamizar territorios históricamente relegados. Pero, más allá de la descentralización, subyace una preocupación muy concreta: ¿qué pasa si Tokio queda fuera de juego tras un gran desastre?
La semilla del debate germinó en la prensa japonesa antes incluso de que PLD e Ishin sellaran su acuerdo de coalición. The Japan Times ya destacaba en septiembre que la cuestión figuraba entre los “temas clave” que la oposición quería poner sobre la mesa ante Sanae Takaichi, la cara visible del partido gobernante. Desde entonces, la propuesta no ha hecho más que ganar tracción, con compromisos para empezar a desarrollarla el próximo año y con voces a favor y en contra levantándose desde todos los rincones del país.
El trasfondo es claro: Japón sufre una concentración anómala de población, poder económico e infraestructura política en torno a Tokio. Hirofumi Yoshimura, líder de JIP, lo resume con un mensaje que resuena cada vez con más fuerza: Japón necesita una región capaz de contrarrestar el peso titánico de la capital y operar como refugio institucional en caso de crisis.
Las autoridades locales también han entrado en la discusión. El gobernador de Fukuoka, Seitaro Hattori, ha insistido en que la clave no es sólo equilibrar el país, sino dispersar el riesgo. Según él, una capital alternativa debe situarse lejos de las zonas con mayor probabilidad de terremotos devastadores. Fukuoka y Kitakyushu -dos grandes urbes del sur- emergen como candidatas sólidas por su baja exposición a desastres de gran intensidad.
Pero aquí llega la gran pregunta: ¿qué ciudad debe recibir ese título? Osaka aparece siempre en el centro de la conversación, aunque con polémica. Hay quien sospecha que el verdadero objetivo del JIP es remodelar la administración metropolitana osakiense para imitar la estructura de Tokio. Ser capital de reserva implicaría ventajas fiscales de enorme atractivo, y la formación lleva años intentando -sin éxito- reorganizar la ciudad para que adopte un modelo más centralizado.
Otros nombres resuenan: Sapporo, Fukuoka, Kitakyushu. Expertos y gobernadores señalan que, en caso de un gran terremoto en la fosa de Nankai, Fukuoka sería la ciudad con mayor capacidad de reacción y menor riesgo simultáneo. Y eso, en un país acostumbrado a convivir con catástrofes naturales, pesa más que cualquier cálculo político.
Japón, una nación siempre marcada por la tensión entre tradición y modernidad, se enfrenta ahora a un dilema poco habitual: garantizar su futuro institucional escogiendo una ciudad capaz de sostener el país cuando Tokio no pueda hacerlo. Una decisión que, pese a sonar experimental, podría definir el Japón del siglo XXI.















