Un hallazgo tan raro como hermoso ha sacudido el corazón geológico de África. En una mina de Botswana, un grupo de trabajadores ha descubierto un diamante natural de dos colores que parece salido de un sueño mineralógico: mitad rosa, mitad incoloro. Con 24,3 milímetros de altura, la gema ha sido analizada por el Instituto Gemológico de América (GIA), la entidad sin ánimo de lucro con sede en Carlsbad, California, que ha confirmado su autenticidad y origen inusual.
Hallan en África un diamante de dos colores y 2 quilates que tardó millones de años en formarse
Según los expertos, este diamante habría nacido en dos actos, separados por millones de años de historia geológica. La primera mitad, la parte rosada, se formó antes y no siempre tuvo ese tono tan característico. Sally Eaton-Magaña, directora senior de identificación de diamantes del GIA, explicó al medio Live Science que "probablemente comenzó siendo incolora, pero fue deformada por fuerzas tectónicas -quizás durante un evento de formación montañosa-, lo que alteró su estructura cristalina y dio lugar al color rosado". La segunda mitad, en cambio, se habría formado más tarde, permaneciendo intacta y transparente.
Los diamantes rosados deben su tonalidad a una anomalía física, una distorsión en la red atómica que dobla o comprime la estructura del carbono puro. En este caso, el fenómeno se detuvo a medio camino, dejando visible una frontera fascinante entre dos mundos minerales: uno que sufrió la violencia del planeta y otro que escapó indemne.
Aunque no es el primer diamante bicolor que se conoce, sí es el más grande jamás encontrado. Con sus 2 quilates, supera a ejemplares previos mucho más pequeños y refuerza la reputación de Botswana como uno de los epicentros mundiales de la minería de gemas.
En esa misma región se han descubierto piezas legendarias como “Motswedi”, el segundo diamante en bruto más grande del mundo -de 2.488 quilates-, y el célebre “Boitumelo”, una joya rosa que ya forma parte de la historia moderna de la gemología. Un hallazgo que recuerda que, bajo la superficie africana, la Tierra sigue escribiendo sus propias obras maestras de presión, tiempo y belleza.















