Pocas escenas tan icónicas dejó el cine de ciencia ficción como la imagen de Neo en Matrix despertando en una cápsula, conectado a un entramado biomecánico y convertido, literalmente, en una pila humana.
Sin embargo, detrás de ese simbolismo tan potente de deshumanización y control, se esconde uno de los mayores agujeros de guion de la saga: desde un punto de vista científico, usar personas como fuente de energía es un completo disparate.
Una trilogía con poco rigor
La trilogía de las Wachowski plantea un futuro en el que las máquinas cultivan humanos para aprovechar su energía, mientras sus mentes están atrapadas en una simulación virtual. Sin embargo, mantener con vida a un ser humano consume más energía (en forma de nutrientes y calor) de la que jamás podría generar. Según las leyes de la termodinámica, la eficiencia energética de un cuerpo humano es muy baja: toda la energía química ingerida se emplea en funciones vitales, no en producir electricidad útil.
Los cálculos más conservadores, como los citados en ensayos de física de la energía, muestran que un cuerpo humano no podría alimentar ni siquiera una linterna de bajo consumo de forma sostenible. Y si bien la premisa es técnicamente posible en condiciones de laboratorio, la conversión energética necesaria —de glucosa a electricidad— tiene un rendimiento tan ínfimo que el proceso sería más costoso que útil.
Curiosamente, esta incoherencia no estuvo presente en las versiones iniciales del guion. En los borradores previos, las máquinas no usaban a los humanos como fuentes de energía, sino como procesadores biológicos. La idea era que los cerebros humanos, conectados en red, sirvieran como una gigantesca matriz de procesamiento para sostener la inteligencia artificial y expandir su capacidad de cálculo. Una idea compleja pero más coherente, muy similar a los sistemas actuales de redes neuronales y cómputo distribuido.

El cambio se introdujo para hacer la narrativa más accesible al gran público. Los propios productores admitieron que la idea del “cerebro-nodo” era demasiado abstracta, y optaron por una imagen más visual y comprensible: la batería humana. Una metáfora potente que terminó por definir la estética de toda la saga, y que en obras derivadas como Animatrix se justificó con explicaciones adicionales, como la guerra por la energía solar que llevó a las máquinas a buscar fuentes alternativas.
Pese a su falta de rigor, el concepto triunfó como símbolo. La imagen del ser humano reducido a fuente de energía pasiva capturó el espíritu del fin de siglo, con ecos de alienación tecnológica y control sistémico. Tal vez por eso, Matrix se convirtió en un fenómeno cultural sin precedentes. Y aunque su lógica energética no resista el más mínimo análisis científico, su mensaje sí tocó una fibra muy real sobre la condición humana en la era digital.