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Dos jóvenes estudiantes descubren la forma de convertir tu viejo móvil en nubes y servidores portátiles

Si llega al mercado, podría cambiar radicalmente la percepción que tenemos de nuestros dispositivos obsoletos.
Dos jóvenes estudiantes descubren la forma de convertir tu viejo móvil en nubes y servidores portátiles
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En un mundo donde cada año se fabrican más de 1.200 millones de teléfonos móviles, el reto de gestionar su desecho se ha convertido en una de las urgencias medioambientales del siglo XXI.

Aunque muchos terminales aún son plenamente funcionales cuando se desechan, su destino suele ser un cajón polvoriento o, en el peor de los casos, un vertedero tecnológico. Ante este panorama, dos jóvenes de la Universidad de Tartu, en Estonia, han dado con una solución tan sencilla como brillante: convertir esos viejos móviles en pequeños centros de datos portátiles.

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Dos estudiantes de la Universidad de Estonia

Los artífices de este invento son Huber Flores y Zhigang Yin, quienes han diseñado una estructura impresa en 3D capaz de ensamblar varios teléfonos antiguos y conectarlos entre sí mediante circuitería específica. ¿El resultado? Un sistema colaborativo que, aunque no puede competir con los grandes centros de datos tradicionales en potencia, sí ofrece capacidades de procesamiento y almacenamiento útiles para tareas muy concretas, como la monitorización ambiental, la recolección de datos marinos o el análisis en tiempo real del flujo de pasajeros en estaciones de transporte público.

Lo interesante del proyecto no es solo su funcionalidad técnica, sino su impacto potencial en términos de sostenibilidad. Según la Agencia Europea de Medio Ambiente, el reciclaje inadecuado de dispositivos electrónicos genera toneladas de residuos altamente contaminantes cada año. Reutilizar smartphones como nodos de procesamiento contribuye no solo a reducir esta huella, sino también a desacoplar la innovación tecnológica del consumo acelerado. “Esto demuestra que lo viejo no es necesariamente inútil”, han declarado desde la Universidad de Tartu.

El prototipo ya ha sido probado en condiciones reales, incluyendo entornos subacuáticos, donde su reducido tamaño y autonomía energética lo convierten en una alternativa viable a costosos equipos industriales. Aplicaciones en agricultura de precisión, vigilancia forestal o incluso proyectos educativos en regiones sin acceso a infraestructuras avanzadas podrían beneficiarse de una tecnología así. En esencia, se trata de una democratización del procesamiento de datos a pequeña escala, construida con lo que otros habrían tirado.

El proyecto, aún en fase experimental, no ha pasado desapercibido en el ecosistema tecnológico europeo. Universidades y startups de economía circular ya han mostrado interés en explorar sus posibilidades comerciales. Quizá, en lugar de considerarlos basura electrónica, empecemos a verlos como piezas valiosas de un puzle de innovación sostenible que el planeta necesita con urgencia.

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