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Corea del Sur ya no sabe cómo pagar tantas pensiones y ha decidido cambiar la edad a la que se es viejo en el país

El gobierno y ciertos sectores sociales están apostando por una estrategia inesperada: redefinir lo que significa “ser viejo”.
Corea del Sur ya no sabe cómo pagar tantas pensiones y ha decidido cambiar la edad a la que se es viejo en el país
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Actualizado: 16:00 30/3/2025
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Corea del Sur, uno de los países más avanzados tecnológicamente del mundo, se enfrenta a un desafío demográfico que amenaza con alterar por completo su modelo de desarrollo: el envejecimiento acelerado de su población. Con una tasa de natalidad que ha caído a mínimos históricos —0,75 hijos por mujer— y una sociedad en la que el 20% de los ciudadanos ya supera los 65 años, el país se adentra en lo que expertos y legisladores denominan "superenvejecimiento".

Lejos de adoptar soluciones convencionales, el gobierno y ciertos sectores sociales están apostando por una estrategia inesperada: redefinir lo que significa “ser viejo”. La solución, por insólita que parezca, consiste en cambiar la etiqueta etaria. Desde ahora, en lugar de considerar anciano a alguien que ha cumplido los 65 o 66 años, la línea se moverá hasta los 74. Con este ajuste retórico se busca mitigar, al menos sobre el papel, el impacto estadístico y fiscal que supone una población mayor en crecimiento constante.

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Aunque pueda parecer un gesto simbólico, este cambio tiene implicaciones en políticas de pensiones, beneficios sociales y planificación laboral, abriendo un debate tan controvertido como urgente sobre cómo abordar el envejecimiento global.

Un modelo socioeconómico bajo presión

El problema de fondo es estructural. Corea del Sur no solo lidera el envejecimiento en Asia, sino que también tiene la tasa de pobreza entre ancianos más alta de la OCDE: un alarmante 43,4%, frente al 4,1% en Francia o el 10,2% en Alemania. Si las proyecciones se cumplen, en 2050 más del 40% de los surcoreanos serán mayores, con apenas dos millones de jóvenes sosteniendo a una masa de 20 millones de personas jubiladas. Las cuentas no salen, y la crisis es inevitable si no se reformulan las bases del sistema socioeconómico.

En paralelo, el avance tecnológico aparece como un salvavidas potencial. Desde la medicina impulsada por inteligencia artificial hasta la automatización de tareas, las nuevas herramientas prometen alargar la esperanza de vida activa y aliviar la presión sobre los sistemas públicos. Países como Suecia o Países Bajos ya experimentan con modelos de jubilación parcial para mantener a los mayores dentro del mercado laboral. Corea del Sur estudia ahora replicar estas fórmulas, convencida de que la combinación de innovación, flexibilidad y redefinición del envejecimiento puede ofrecer un camino más sostenible.

Sin embargo, el debate continúa: ¿puede la tecnología compensar un desequilibrio demográfico de tal magnitud? ¿Estamos preparados para reimaginar la vejez no como una etapa de retiro, sino como una prolongación de la vida productiva? Corea del Sur, convertida en laboratorio mundial de estas tensiones, nos lanza una advertencia que el resto del planeta no puede permitirse ignorar. La revolución gris ya está aquí, y requerirá más que eufemismos para ser gestionada.

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