Invernalia. Así se titula el primer episodio de la octava temporada de Juego de tronos. La serie de televisión de HBO (que se emite en nuestro país a través de la app oficial de la cadena y de Movistar+) engrasa sus intrincados y complejos engranajes para mostrarnos la conclusión a una década de profecías, reinas y reyes prometidos, muertos que caminan al frío del invierno, enrevesadas intrigas palaciegas y dragones. La adaptación de Daniel Weiss y David Benioff, showrunners de esta mimada criatura, ha tenido sus más y sus menos, con memorables momentos de excelso gusto televisivo y unos cuantos tramos ridículos.
Siempre ha sido un show de contrastes, capaz de encandilar a los fanáticos de Canción de hielo y fuego y a los amantes de las series de televisión, así como de llevarlos al límite de su paciencia y tolerancia.
En un capítulo se podía pasar del amor al odio en apenas unos segundos. Dicen que eso pasa con las grandes obras, los cuadros controvertidos o las grandes películas. Las creaciones que dejan y hacen mella en el espectador son las que merecen la pena.
Reencuentros y fríos recibimientos: cuando se vuelve a casa
Invernalia, episodio dirigido por David Nutter y escrito por David Hill, es uno de los mejores arranques de la serie. Quizás no raye el nivel de otras aperturas de temporada, pero consigue disponer con un ritmo vertiginoso, una vez más, todas las piezas desplazadas y puestas en el tablero de juego durante la anterior tanda de capítulos. El organigrama político y militar de Poniente es un verdadero caos, y tras la llegada de Daenerys Targaryen (Emilia Clarke) al continente y el avance de las legiones de muertos del Rey de la Noche, la situación es precaria y muy difícil. En momentos convulsos la gente se vuelve miedosa, reacia, y se aferra a tradiciones y antiguos lazos familiares en busca de una salvación que quizás no llegue. Esta situación se acrecienta y se concreta con especial énfasis en el Norte de Poniente, uno de los escenarios más dañados y alejados de los Siete Reinos, y en el que las distintas familias y casas, grandes y menores, todavía se lamen las heridas dejadas por las traiciones sufridas con los Lannister y los Bolton.
Si algo hace bien el guion de Hill -que tiene en su haber algunos de los capítulos de transición más brillantes de Juego de tronos-, es conferir cadencia a las múltiples tramas que maneja la serie. A la séptima temporada se le acusó de ir dando bandazos en términos de avance narrativo, un contraste que, en yuxtaposición al lento cocer que había tenido la adaptación de HBO, cantaba demasiado y chocaba en exceso en las retinas del espectador más acostumbrado a la naturaleza del espectáculo de la cadena de cable. Parece ser que, dado el clímax que se está alcanzando en estos momentos, se volverán a repetir los mismos vicios y virtudes. Quizás de mejor manera, al menos a tenor del primer episodio.
Hay un aspecto referencial en Invernalia que se hace especialmente destacable. Si volvemos la vista atrás, y tomamos el primer capítulo de la primera temporada -Se acerca el invierno-, nos daremos cuenta de lo bien que funciona este capítulo como puerta introductoria al mundo fantástico de Poniente. Juego de tronos tiene un gran legado como serie de televisión, y juega con ello de manera magistral. El arranque, en el que un crío va abriéndose paso entre la multitud para ver las férreas filas de Inmaculados que desfilan ante las calles y aledaños de Invernalia, son una referencia explícita a los minutos iniciales de aquel lejano episodio, en el que los vástagos de los Stark acudían en tropel para ver a los soldados Lannister y Baratheon del Rey y la Reina de aquel entonces -Robert Baratheon y Cersei Lannister-.
"Nuestras historias tienden a ser sobre pequeños detalles. Cosas como cuántos fotogramas dejamos fuera al final de una toma. Discutimos durante horas por apenas cuatro segundos de metraje. Segundos que, probablemente, son los que pasan cuando la mayoría de los espectadores están mirando su reloj o su teléfono móvil”, explicaban Benioff y Weiss en una entrevista a Entertainment Weekly. Es justo ahí, en los pequeños detalles, cuando Juego de tronos prevalece sobre otros productos televisivos.
Cuando la mirada de Arya (Maisie Williams) ante el mecánico desfilar de los soldados se transforma en anhelo y cariño al ver a su hermano cabalgar junto a la reina dragón, sabes que algo se ha hecho bien. El espectador puede sentirse reflejado en la pequeña de los Stark, uno de los personajes con mayor trasfondo y hechos vividos de toda la serie. Arya va reconociendo entre las filas a viejos amigos, aliados y mentores. Desde su anonimato en la multitud que atiende al avance de las tropas observa a Gendry (Joseph Dempsie) y al Perro (Rory McCann), y en sus ojos y rostro, se reflejan cientos de recuerdos y momentos. La chica de las mil caras, Nadie, en el fondo sigue siendo Arya Stark. Podemos ocultarnos con máscaras, huir de aquello que tememos, y de una forma u otra, volver a la casilla de salida. Es inevitable, una vez más, pensar en aquel lejano piloto. Ecos de un presente pasado.
Invernalia funciona mejor cuando los personajes no hablan. Es algo difícil de entender, sobre todo cuando en Juego de tronos hemos encontrado diálogos muy lúcidos, frases muy notables y algún que otro discurso inspirador. Sí, hay cierta trampa, ya que era algo que quedaba especialmente patente en las primeras tres o cuatro temporadas, cuando había una sólida base en forma de novelas a la que recurrir cuando la cosa se ponía fea. El libreto de David Hill desluce un poco cuando intenta transmitir calidez o complicidad entre los hermanos Stark, una manada destetada que ha sufrido en sus carnes mil desdichas y desventuras, y que ahora, por diversos motivos, vuelven a unirse en los fríos y gélidos muros de la Invernalia que los crió y amamantó. Es una lástima que no se sepan usar las palabras cuando tienes a unos actores y actrices que han demostrado ser más que válidos para encarnar a sus homólogos literarios.
Kit Harington ha crecido como Jon Nieve -casi a la par que él, curiosamente-, y Sophie Turner es la mejor Sansa Stark que podríamos haber imaginado. Cuando están juntos, ya sean ellos dos o con la aparición de Maisie Williams en el milenario arciano que atesora el castillo en su interior -en una de las mejores secuencias del capítulo-, se transmite una palabra: familia. Sin ir más lejos, es Arya la que le susurra dicha máxima al oído a su hermano mayor. Familia. En estas lindes, y en la mejor tradición norteña, queda patente que Daenerys Targaryen es una extraña. La reina de plata no es bienvenida. Como destilan las frías palabras de Sansa -todo con un halo cortés y formal, al estilo de Catelyn Stark-, las casas que juraron servir a Jon y nombrarlo Rey en el Norte no aceptan que una extranjera, proveniente de un continente que no conocen y que porta el cálido fuego de unos animales de leyenda que hace tiempo que se extinguieron y ahora respiran junto a ellos, venga a dar órdenes. Ni aunque el avance inexorable de los muertos y el Rey de la Noche se abalance sobre ellos.
Históricamente, en Juego de tronos, todas las secuencias que se han rodado en el Gran Salón de Invernalia han sido muy buenas. Las relaciones entre familias, territorios y costumbres son una verdadera algarabía de costumbres y modismos, y cuando el pequeño heredero de la casa Umber decide exponer sus demandas en público, se antoja bastante evidente. Con el Muro derruido y con los vientos de invierno alzándose sobre ellos, no hay lugar para medias tintas. ¿Quién manda en el Norte? ¿A quién hay que dirigirse? Martin trazó unas líneas maestras en estas lindes en sus novelas, explicándonos, cada vez que acompañábamos a Robb Stark en su carrera por intentar salvar a su padre o en los conflictos posteriores acaecidos durante la Guerra de los Cincos Reyes, lo difícil que era comprender y mantener como aliados a los señores norteños. Aquí, como viene siendo costumbre desde su estelar aparición, Lyanna Mormont (Bella Ramsey) lo ejemplifica a la perfección. “Tuve que decidir. Conservar mi corona o proteger el Norte. Y elegí proteger el Norte”, se defiende un impertérrito Jon ante las acusaciones de la cría.
En momentos difíciles, hay que rodearse de aquellos que son capaces de pensar mejor que tú. Uno de los recursos más inteligentes del show, ha sido reunir a personajes que en las novelas jamás se han visto y puede que jamás compartan tanto tiempo en el mismo sitio. Dado que se aproxima el final y es una buena idea tener a los protagonistas juntos pululando en un mismo escenario, que Tyrion Lannister (Peter Dinklage), Varys (Conleth Hill) y Ser Davos (Liam Cunningham) compartan pensamientos, estrategias, dudas y miedos es todo un acierto. Los tres han servido a diferentes reyes y reinas, e incluso han depuesto y encumbrado a otros. La conjunción entre las tres figuras más influyentes de Poniente promete ser muy destacable en esta temporada. Tyrion es consciente del poder que atesora la pareja de hielo y fuego formada Jon y Dany, pero también es buen conocedor de lo complicado que es lidiar con una reina ajena al pueblo y sus vicisitudes. Lo sufrió en Meereen, algo que casi les cuesta la vida. Sus intervenciones, como siempre, son más que suficientes para calmar los ánimos y ganar tiempo. El enano Lannister sigue confiando -al menos, de cara a la galería- en la ayuda de su pérfida hermana, que juró enviar legiones de soldados carmesí a apoyar la lucha de los vivos contra los muertos.
Muertos que, en su lento pero seguro avance, han tomado distintas posiciones y bastiones norteños. El grupo de valientes liderado por Beric Dondarrion (Richard Dormer) y Tormund (Kristofer Hivju) protagoniza el momento más terrorífico del episodio. Con notables similitudes y guiños a películas como Aliens (1986, James Cameron) y La Cosa (1982, John Carpenter), el sagaz equipo de espadachines y salvajes, en ayuda de los restos de la Guardia de la Noche, deciden acudir en auxilio de los Umber en Último Hogar, buscando supervivientes. Pero como ya hemos aprendido en ocasiones anteriores, el Rey de la Noche no hace prisioneros. Sus legiones se alimentan y crecen con los caídos.
Dado que Juego de tronos está ahora muy polarizada a nivel geográfico, la trama se cristaliza entre la nieve de Invernalia y más allá. Aunque todo -o casi todo- queda dentro de los límites de las murallas del castillo de la familia Stark, lugar en el que se guardan carros y carros de Vidriagón o se acaparan tantos víveres como se es posible, el episodio se permite el lujo de regalarnos una de las secuencias más torpes y ridículas de la serie en su totalidad: el momento en el que Jon Nieve y Daenerys Targaryen deciden darse un romántico paseo en dragón. Esta secuencia, que podría haber guardado ecos de un pasado remoto en los que Alyssane Targaryen sobrevolaba el Norte a lomos de su dragón Ala de Plata, acaba siendo una sucesión de escenas mal encajadas y montadas, con uno de los peores usos de un croma jamás vistos en televisión. Nutter no es un director especialmente hábil en las secuencias de acción -como ya demostró en el pasado-, pero aquí alcanza uno de los peores momentos de su carrera. ¿Cómo se puede desperdiciar un momento tan poético y épico así? El Norte no ha visto dragones en mucho tiempo y se nos recompensa con unos minutos de comedia ligera que ni siquiera serían dignos del film de animación Cómo entrenar a tu dragón.
Mucho más interesante es la revelación de Samwell Tarly (John Bradley-West) al propio Jon en las criptas. Este escondido y recóndito lugar de adoración y recuerdo, en el que las silenciosas estatuas de reyes y antepasados de la familia Stark hayan plácido descanso y homenaje en piedra, es el escenario perfecto para que Sam, ilustre guardián del conocimiento de la Ciudadela de Antigua en las novelas y la serie, le espute a la cara la gran verdad a su mejor amigo. No es un bastardo. No es un simple Rey en el Norte. Es hijo de Rhaegar Targaryen y Lyanna Stark y, por lo tanto, heredero al Trono de Hierro. Queda saber cómo será capaz de manejar Jon este tipo de carga. Si nos remontamos a momentos anteriores, cuando era Lord Comandante de la Guardia de la Noche, un aspecto muy destacable de su mandato y su forma de atajar los problemas era su alta capacidad de control y su férreo sentido del deber incluso en los momentos más oscuros. Llevar un consigo un secreto tan importante no será fácil para el personaje.
El desnortado juego de Cersei
Mientras tanto, muchas millas al sur, Cersei (Lena Headey) sigue disfrutando de su propio y retorcido juego de conquista desde sus aposentos en la Fortaleza Roja de Desembarco del Rey. La leona de Occidente, el autoproclamado faro de la casa Lannister, sigue aglutinando fuerzas para sus oscuros designios. Con la Compañía Dorada bajo su mando -sin elefantes, como recalca la propia monarca en lo que parece un lúcido lamento a más de un lector-, Euron Greyjoy (Pilou Asbæk) ya tiene algo más que una enorme flota. Podemos entrar en debate sobre si toda esta trama está lo suficientemente bien planteada o entretejida con respecto al devenir general de la serie, y de hecho es cierto que nos ha regalado buenos momentos en el pasado, pero el reducir a Cersei a un personaje que únicamente bebe vino y pone muecas en la soledad de su dormitorio o en la sala del trono, es una lástima tanto para la serie como para el espectador. La heredera de Tywin Lannister es algo más que una simple figura fría, y aunque en la adaptación de HBO se recalcado esta faceta suya en momentos puntuales, no queda demasiado bien parada en este arranque.
Más allá de la falta de coherencia visual y estética -¡en la séptima temporada nevaba en Desembarco del Rey y ahora vuelve a ser cálida y agradable!-, esta parte del capítulo sí nos premia con la presencia de Ser Bronn del Aguasnegras (Jerome Flynn), que ahora tendrá una complicada misión que cumplir. El mercenario, una auténtica espada a sueldo, ha sido contratado por la mismísima reina Lannister para asesinar a sus dos hermanos, Tyrion y Jaime, considerados traidores por la corona. ¿El arma escogida para la ocasión? Una ballesta. Una venganza con tintes poéticos. Justo como a Tywin Lannister le gustaría.
Con respecto a Jaime Lannister (Nikolaj Coster-Waldau), el danés protagoniza quizás una de las secuencias más notables de todo el episodio por su impacto y sencillez. Cabalgando oculto entre la multitud que busca refugio en Invernalia, Jaime mano de oro se interna en el patio de armas del castillo, recordando la última vez que estuvo en aquellos torreones y salones. Tras descubrirse y dejar a la vista su curtido y cansado rostro, su mirada se cruza inmediatamente con su pasado. Sentado, y envuelto en pieles, tiene delante a Bran Stark (Isaac Hempstead-Wright). “Estoy esperando que llegue un viejo amigo”, rezaba el propio Bran instantes antes en el mismo episodio. Una nueva resonancia del pasado más remoto en el más acuciante presente. Principio y final unidos de forma magistral.
El arte de poner fin
"Queremos que a la gente le guste el final de Juego de tronos. Hemos pasado 11 años de nuestra vida trabajando en esto. También sabemos que muchos odiarán la mejor de todas las versiones posibles. Es imposible conseguir que todo el mundo esté de acuerdo”, explicaban los showrunners de la serie. “Grande es el arte de inicio, pero mayor es el arte de poner fin”, escribía el reputado poeta estadounidense Henry Wadsworth sobre ello. Daniel Weiss y David Benioff tienen una tarea complicada, difícil y poco grata. Justo como aquella con la que tienen que lidiar los protagonistas de este épico relato. El destino final de Poniente ha comenzado a rubricarse ante nuestros ojos y todavía no somos conscientes de ello.
Vandal Random es el vertical especializado en cine, series, anime, manga, cómics y entretenimiento en general de Vandal. En estas páginas también encontrarás artículos sobre cultura, ciencia e historia orientados a la divulgación. ¡No olvides decirnos lo que te parece este artículo o darnos tu opinión sobre el tema participando en los comentarios!