En medio de la selva espesa del Petén, en el norte de Guatemala, un hallazgo minúsculo en tamaño, pero enorme en implicaciones, está obligando a replantear cómo jugaban —y qué significaba jugar— para las élites mayas. Bajo el suelo de una estructura residencial de Naachtun, una ciudad situada en la frontera de influencia entre Tikal y Calakmul, los arqueólogos han identificado un tablero de patolli que no se parece a nada visto antes en el área maya: no está grabado en el estuco, como es habitual, sino construido como un mosaico cuidadosamente incrustado en el pavimento.
El tablero apareció en 2023 bajo la estructura 6L-19 del complejo residencial 6L-13, parcialmente cubierto por un muro posterior. Ese detalle estratigráfico es clave: el suelo en el que se incrusta el tablero (Floor 1) pertenece a una fase anterior, sin otras huellas asociadas, y el muro que lo tapa llegó después. Es decir, el juego formaba parte del diseño original del pavimento, no fue una ocurrencia tardía grabada a mano alzada ni un gesto ritual improvisado, como se ha sospechado en otros sitios donde el contexto de los tableros era mucho más ambiguo.
Un tablero de patolli sin precedentes
La pieza respeta el esquema clásico del patolli mesoamericano: un rectángulo dividido en cinco brazos por una cruz central, con casillas que organizan el recorrido de las fichas. Pero el modo en que está construida la vuelve única. Cada línea del tablero está formada por pequeñas teselas cerámicas de entre uno y tres centímetros, encajadas en mortero fresco hasta sumar unas 478 piezas según la reconstrucción digital. Todas comparten un tono rojizo homogéneo, probablemente elegido para hacer el diseño legible sobre el suelo claro y, quizá, por su carga simbólica: en la cosmología maya, el rojo se asocia con el este y con el inicio del ciclo diario.
El análisis cerámico de las teselas aporta otra pista crucial. Los fragmentos proceden de vasijas domésticas muy erosionadas, entre ellas tipos bien conocidos del Clásico Temprano como Dos Hermanos Red y Aguila Orange, reutilizados a partir de un basurero y no fabricados ex profeso para el tablero. Esa mezcla permite fijar un terminus post quem en el siglo V d.C. para la construcción del pavimento, lo que sitúa este patolli entre los ejemplos més tempranos documentados en el área maya, donde la mayoría de tableros conocidos pertenecen al Clásico Tardío o incluso al Posclásico.
Juego incrustado en la arquitectura
Hasta ahora, los tableros de patolli excavados en ciudades mayas —en bancos, plazas o suelos de estuco— se interpretaban como marcas efímeras, trazadas con instrumentos improvisados y susceptibles de borrarse o modificarse con facilidad. Eso alimentaba la duda de si eran simples entretenimientos cotidianos, si tenían una función ritual o adivinatoria o si siquiera habían sido usados de forma prolongada. El mosaico de Naachtun inclina la balanza: aquí hay planificación arquitectónica, inversión de trabajo y la intención explícita de dotar a un espacio residencial de élite de un dispositivo lúdico–ritual duradero, integrado en la circulación diaria de sus ocupantes.
El contexto urbano refuerza esta lectura. Naachtun, un centro clásico con más de 70 monumentos erigidos y una historia política marcada por las tensiones entre Tikal y Calakmul, presenta en el grupo 6L-13 un conjunto de residencias monumentales ligado probablemente a un linaje de alto rango que combinaba funciones administrativas, ceremoniales y domésticas. Situar un tablero de patolli en un espacio abierto de ese complejo sugiere que el juego formaba parte de la sociabilidad de élite: un lugar donde se negociaban alianzas, se escenificaba la fortuna y se convocaba a los dioses del destino mediante tiradas de dados y recorridos de fichas, tal y como describen las fuentes coloniales para otros contextos mesoamericanos.
Los autores del estudio, publicado en Latin American Antiquity, insisten en que muchas preguntas siguen abiertas: falta precisar la función concreta de las estructuras 6L-19 y 6L-20, saber si el tablero estuvo siempre a la vista o si acabó cubierto por una techumbre, y determinar durante cuánto tiempo permaneció en uso antes de quedar sepultado por nuevas obras.















