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El odio en Internet no para de crecer y algunos estudios culpan a la generación Z

En muchas redes sociales, sobre todo Twitter, se ha normalizado el bullying como interacción y este odio incluso se monetiza.
El odio en Internet no para de crecer y algunos estudios culpan a la generación Z
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Como usuaria de Internet desde los albores de su existencia en España y como exusuaria de Myspace, Hi5, Fototlog, Tuenti, chat de Terra y demás antiguallas en red, una ha vivido de primera mano cómo el troleo se ha encrudecido y se ha ido profesionalizando, un efecto que ha ido acompañado de una total deshumanización. Como la mayoría, también he sido víctima de acoso en redes sociales (como probablemente el que ande leyendo estas líneas), pero qué ha ocurrido. ¿Hay cada vez más odio en internet? La respuesta sencilla es que sí, pero detrás hay todo tipo de motivos, incluso el económico.

Muchos jóvenes han normalizado una realidad donde recibir ataques y ver a otros sufrirlos es algo cotidiano.

Los algoritmos fomentan la polarización

El odio en Internet ha crecido de forma inquietante, expandiéndose sin freno y afectando a millones de personas en redes sociales y foros. Las plataformas digitales, con sus algoritmos, están diseñadas para captar nuestra atención, pero a menudo terminan promoviendo contenido polarizante que enciende el odio y deja cicatrices, porque detrás de nicks y avatares, hay personas. Un informe de la Agencia de Derechos Fundamentales de la Unión Europea (FRA) advierte que los ataques online hacia minorías, mujeres y otros grupos vulnerables han ido en aumento, señalando que el problema se profundiza con cada año. Los que crecieron con Internet, especialmente la generación Z, se encuentran atrapados en un campo de batalla digital donde la negatividad parece multiplicarse.

La generación Z es bully y víctima a la vez, normalizando el odio como interacción

Para este grupo de edad, nacidos entre los años 90 y principios de los 2010, Internet no es solo una herramienta; es su entorno social, su espacio de juego y su escaparate. Sin embargo, estar tan presentes en la red los hace vulnerables al odio online. La Anti-Defamation League (ADL) reportó que más del 43% de los jóvenes de esta generación han sido víctimas de acoso en línea, y un informe de Microsoft añade que el 46% de los adolescentes han experimentado ciberacoso. Esto significa que muchos jóvenes han normalizado una realidad donde recibir ataques y ver a otros sufrirlos es algo cotidiano. El problema es que este acosos es perpetrado por personas de su mismo grupo de edad.

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La Unión Europea, por ejemplo, ha intensificado la presión sobre las plataformas para que frenen el odio online.

Las noticias tóxicas se difunden más rápido que las neutras

¿Qué está detrás de todo esto? En parte, el diseño mismo de las redes sociales. Los algoritmos están programados para priorizar el contenido que mantiene la atención, y nada retiene más la mirada que las controversias y el contenido extremo. Esto crea un ciclo de retroalimentación donde el odio se amplifica, provocando que muchos jóvenes lo vean como algo “normal” en el mundo digital. Un estudio del MIT, publicado en Science, confirmó que las noticias tóxicas se difunden más rápido que las neutras, convirtiendo a Internet en un terreno fértil para la hostilidad.

Sin embargo, aunque la generación Z está profundamente expuesta al odio online, eso no significa que sean ellos los únicos quienes más lo propagan. El principal problema es que la repetida exposición a estos mensajes negativos tiene consecuencias profundas: crea una generación que ve el conflicto constante como parte de la vida en Internet, lo que podría moldear su manera de interactuar con los demás y percibir el mundo.

Un odio y acoso online que tiene consecuencias psicológicas para las víctimas

Los efectos de esta exposición no son solo digitales; las secuelas psicológicas son reales y preocupantes. El Journal of Adolescent Health reveló que los adolescentes que sufren acoso digital experimentan mayores niveles de ansiedad, depresión y problemas de autoestima. Cuando Internet, ese lugar donde muchos encuentran amistades y comunidad, se convierte en un espacio hostil, la carga emocional se hace evidente. La presión de estar siempre conectados y, a menudo, comparándose con otros, hace que el impacto de estos ataques sea todavía más profundo.

El odio en internet como herramienta para ganar fama y dinero

El odio online es rentable. Las plataformas digitales han descubierto que los contenidos polarizantes, que generan indignación o provocan reacciones intensas, retienen la atención de los usuarios más tiempo. Este fenómeno tiene un efecto monetizable, ya que los algoritmos de redes sociales como Facebook, Twitter y YouTube suelen priorizar contenido que recibe más interacciones, y los mensajes de odio a menudo son los que más suscitan respuestas. Este ciclo de odio generador de ingresos se ha convertido en un problema ético, pues fomenta una dinámica en la que la negatividad se amplifica por el propio sistema de monetización, que recompensa las interacciones a toda costa, sin evaluar el daño que pueda causar en la sociedad o en las personas que son blanco de estos ataques.

Los Gobiernos incluyen en su agenda la reducción de la toxicidad online

Este problema también es un reto para los gobiernos, que buscan maneras de reducir la toxicidad en redes sociales. La Unión Europea, por ejemplo, ha intensificado la presión sobre las plataformas para que frenen el odio online. Sin embargo, la velocidad y la cantidad de contenido que se genera y comparte en Internet sobrepasan cualquier regulación. Mientras tanto, los intentos de educar a los jóvenes sobre los peligros del ciberodio se quedan cortos ante un entorno donde ser atacado o presenciar ataques parece la norma.

Hace falta más empatía digital

Los padres y educadores están tratando de responder a esta crisis. Algunos colegios han implementado programas de ciberseguridad y empatía digital, buscando que los jóvenes aprendan a manejarse en Internet de forma crítica y respetuosa. En casa, el diálogo abierto sobre experiencias en redes sociales puede ser clave para que los jóvenes entiendan los riesgos y desarrollen herramientas para protegerse.

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