Análisis de BALL x PIT: Más que otro ‘roguelite’ adictivo y un Breakout alocado (Switch 2, PC, Switch, PS5, Xbox Series X)
Las consecuencias del éxito de Vampire Survivors dicen mucho de la industria del videojuego y de nuestra sociedad. El juego de poncle fue un título innovador, tanto que el survivors-like es ahora un género. Salvo contadas excepciones, son videojuegos para un tipo de disfrute o consumo particular; pensados para la multitarea, para una sociedad incapaz de centrarse en una sola cosa, para jugarlos mientras se ve una serie inane en Netflix, un streaming en Twitch o se escucha un pódcast. Generalizando mucho, son obras para el cerebrofritismo, que producen estímulo inmediato y sin esfuerzo, como el scroll infinito en X o el endemoniado algoritmo de TikTok, mediante el aumento exponencial de las cifras y mecánicas de aleatorización no muy distintas a la de una tragaperras.
Viendo los tráileres de Ball x Pit u observando el exitoso videojuego de Kenny Sun desde la distancia, se puede caer en el equívoco parcial de que es otro título diseñado para darnos chutes de dopamina rápida. No es una idea completamente falsa, pero el roguelite editado por Devolver Digital es mucho más estimulante que otras propuestas similares por dos motivos entrelazados: la importancia de la habilidad y la toma casi constante de decisiones.
El Breakout más loco
La dinámica de juego bebe de Breakout, Arkanoid o cualquiera de los cientos de clones que hemos jugado en maquinitas y móviles: son esos títulos en los que, moviendo una pala en la parte inferior de la pantalla, devolvemos una bola que rebota en los bloques que debemos destruir. Ball x Pit coge esa idea para alterarla y enloquecerla hasta el absurdo. La esencia es parecida: movemos a un personaje tanto a los lados como hacia arriba y abajo, con la palanca derecha apuntamos hacia dónde va la bola, y tratamos que rebote entre los enemigos y se cuele entre los huecos que se forman en sus filas para aniquilarlos.
Si los monstruos avanzan hasta la parte inferior, nos golpean y disminuyen nuestra salud: la partida se termina si llega a cero. Sin embargo, de manera inteligente el juego invita a acercarnos a los adversarios y a arriesgarnos para coger las fichas que dejan al morir antes de que el scroll constante de la pantalla haga que desaparezcan. Tanto las pociones para sanarnos levemente como los diamantes con los que obtenemos experiencia son imprescindibles para sobrevivir un poco más.
En apenas unos minutos las partidas se transforman en una oleada de estímulos y efectos visuales atrapantes, un caos incomprensible para quien mire la pantalla sin estar jugando. Decenas y hasta cientos de bolas rebotan por todos lados, hay rayos láser y veneno que se propaga, aparecen monstruos que disparan desde la lejanía, sumamos estatuas de piedra a nuestro avance, surgen minijefes y jefes que avanzan impertérritos entre oleadas de proyectiles, y las bolas que disparamos automáticamente producen una reacción en cadena tras otra, diezmando las filas y las columnas de esqueletos, lagartos y setas vivientes.
Ball x Pit nos mete en un pozo de horas literal. El objetivo es restaurar el reino de Bolabilonia y acabar con las huestes de monstruos que ahora habitan en las distintas fases subterráneas en las que se encontraba la ciudad. Así se arma una estructura que nos parece uno de los grandes aciertos de este roguelite: desbloqueamos fases al completar varias veces con distintos personajes la anterior, pero una vez tengamos acceso a, por ejemplo, la cuarta fase, no hace falta pasar por las tres anteriores al empezar una partida. Así, las runs son cortas pero intensas, de poco más de 15 minutos cuando las cosas salen bien, aunque al llegar a cada nivel habrá un buen puñado de intentos poco fructuosos mientras uno se familiariza con los nuevos monstruos, los minijefes de cada fase y el gran jefe que espera al final.
Mencionábamos antes las decisiones: la primera de ellas la tomamos antes de entrar a la fase, al escoger el héroe con quien vamos a jugar. Cada uno comienza con una bola con un efecto, como que los enemigos golpeados sangren o se quemen, y casi todos tienen una habilidad especial, como disparar con más frecuencia pero con menos precisión. Hay muchos personajes diferentes, se desbloquean a buen ritmo y, sin entrar en destripes porque descubrirlos es un gozo, hay algunos que cambian mucho la manera de jugar. El juego se guarda varias sorpresas en este sentido que consiguen refrescar la experiencia.
Pero las decisiones que tomamos durante las fases son tan o más importantes. En las partidas tenemos hasta cuatro bolas principales y cuatro accesorios (que van desde habilidades pasivas hasta estatuas que aparecen desde el fondo de la pantalla empujando a los enemigos, y otras aún más locas). Lo interesante no es solo las sinergias que se crean entre bolas y accesorios, que además vamos subiendo de nivel, sino que las bolas se pueden fusionar, mezclando sus efectos, o evolucionar: generando otra totalmente nueva a partir de dos de ellas, creando así esferas con un poder de destrucción o que generan unas combinaciones que unas partidas antes no podíamos ni soñar.
El sistema da lugar a momentos memorables. No se nos olvidará una partida en la que estábamos a punto de ver el game over, y en el último segundo conseguimos combinar la bola vampírica (algunos de sus golpes nos sanan) con la bola láser que daña a todos los bichos de una fila. La situación dio un vuelco, nos convertimos en poco menos que invencibles y dimos matarile al jefe del nivel sin apenas esfuerzo. Ball x Pit es así, siempre en la fina línea que separa el automatismo, la suerte y el gameplay estimulante tanto en las acciones (la puntería tiene más peso de lo que puede parecer al principio) como en las decisiones.
Reconstruyendo Bolabilonia
Eso sí, le cuesta arrancar y enseñar todas sus cartas. El primer puñado de partidas parece un juego mucho más monótono de lo que es, hay partidas que salen mal porque la suerte no ha estado de tu lado (un problema que va en aumento conforme se desbloquean más bolas y accesorios), y el reto podría estar mejor ajustado. Con eso último nos referimos a que no hay punto medio: o la cantidad de enemigos es inasumible con las bolas y accesorios que tenemos, o hemos dado con una combinación que rompe el juego y aniquilamos monstruos como si juntáramos mantequilla.
El juego despliega sus posibilidades conforme vamos construyendo. Hay una parte de gestión, de constructor de ciudades, que otorga variedad y estrategia a la propuesta, pues pasaremos por ahí tras cada partida. No es algo superprofundo, pero sí curioso, ya que construimos y recolectamos lanzando a nuestros héroes, que rebotan cual bola de pinball entre los edificios, las piedras y los árboles, por lo que antes hay que estudiar el escenario y planificar el tiro.
Empezamos construyendo campos de trigo, bosques y minas, pero la cosa no tarda en ponerse interesante. Paulatinamente desbloqueamos y evolucionamos edificios que mejoran las estadísticas base de nuestros personajes, o construimos viviendas que nos dan acceso a nuevos héroes, u obtenemos los planos para levantar inmuebles que aportan mecánicas interesantes y a veces rompedoras — eso sí, el control con mando es un tanto ortopédico y la versión de Switch 2 no permite usar la pantalla táctil en este modo.
Los citados planos otorgan rejugabilidad a los niveles que ya hayamos completado (hay otros motivos para repetirlos), pues merece la pena conseguir todos los que hay en cada fase. También consiguen que las partidas malas no se perciban desaprovechadas: incluso si no llegas al jefe porque no has tenido suerte con las bolas, casi seguro que has conseguido algún plano inédito o, al menos, oro con el que ampliar tus terrenos. La progresión, tanto en el momento a momento de la partida como a largo plazo, está muy bien medida. Cuando empiezas a acostumbrarte a algo que te hace sentir poderosísimo, el juego te exige más, y después no tarda mucho en ponerte sobre la mesa algo con lo que superar ese reto.
Conclusiones
Así, Ball x Pit es mucho más que una mezcla curiosa y aparentemente imposible de géneros; y también más que otro videojuego para apagar el cerebro y que trate de competir con TikTok con sus mismas cartas. Es un juego original, bien diseñado, que requiere un poquito de habilidad y tomar decisiones con cabeza, y todo eso se representa en pantalla con un caos cautivador. A pesar de lo que podría parecer en un primer vistazo, es un título que engancha por la progresión inherente a este tipo de juegos y a la satisfactoria dopamina que dan los desbloqueos y ver los numeritos subir, pero también porque es divertido en el momento a momento de la partida. Un equilibrio difícil de conseguir que coloca al veterano Kenny Sun en la lista de desarrolladores independientes a los que seguir el rastro.
Hemos realizado este análisis en Nintendo Switch 2 gracias a un código facilitado por Cosmocover.

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