Análisis de Limbo PSN (PS3, PC, PS4, Xbox One, PSVITA, Switch)

Cuando Limbo llegó a la distribución digital de Xbox 360 hace aproximadamente un año, pronto supimos que estábamos ante algo grande, un juego especial que posiblemente iba a dividir a los aficionados entre quienes disfrutaran de su propuesta, tanto jugable como estética. Desde entonces, el título de PlayDead ha cosechado múltiples premios por todo el mundo y el que antes era exclusivo de la consola de Microsoft llega ahora a PlayStation 3 y PC.

En esencia, Limbo es algo tan sencillo como un juego de plataformas con segmentos en los que hay que aprovechar la física y resolver algunos puzles, además de escapar de multitud de peligros, es decir, algo que en realidad ya hemos visto de una forma u otra en multitud de ocasiones.

Pero es diferente, y sigue siendo interesante y apasionante pasado un año desde su lanzamiento.

El título tiene un fuerte carácter, que se deriva de la ausencia de muchas cosas. Para empezar, el jugador notará que no hay color, sino que está todo hecho en una escala de grises que se traduce incluso en la interfaz y menús; el único tono de color vendrá dado por la ventana informativa cuando sumemos Logros, y eso ya es algo bastante peculiar. Igualmente, el juego no tiene música (salvo en un par de momentos clave, donde su presencia con notas suave es, sin embargo, impactante como pocas cosas); está lleno de sonido, con ruido ambiental como el agua moviéndose, unas moscas zumbando, la lluvia, el viento, etc., pero no hay música. Y no se echa en falta, en buena medida porque los efectos de sonido son tan importantes para la jugabilidad como lo que se ve en pantalla.

El desarrollo es el de un plataformas bidimensional, pero pasado por una apuesta estética de ensoñación siniestra en la que se juega con múltiples capas de diferentes tonalidades de gris, empezando por un entorno natural, un bosque lleno de peligros, pero vivo y orgánico, que luego dará paso a un entorno industrial frío, muerto, donde los peligros son menores, pero los puzles ganan en importancia. Pero esta ensoñación es más bien una pesadilla oscura, en la que un paso en falso implica una muerte cruel.

Es tan fácil que un cepo te reviente, como ser aplastado por una roca, como morir ahogado, como caer en decenas y decenas de trampas que debemos sortear con habilidad y la capacidad resolutiva necesaria para superar los puzles. Además, la muerte es instantánea, lo que convierte a Limbo en un juego de prueba y error. Pero no por ello es frustrante; al morir aparecemos realmente cerca de la prueba o enemigo que nos mató, dispuestos a intentarlo de nuevo. Se pierde poco tiempo, y la sensación es que no resulta frustrante en absoluto. Es importante, porque algunos puzles no son en absoluto obvios, y hay fragmentos que requieren mucha precisión y habilidad.

Del mismo modo, Limbo llega a demandar cierta memorización de cara a una segunda vuelta. Y es que aunque la primera partida nos puede dar seis o siete horas de juego, gracias a los puzles y las muertes repetitivas, y a que entre los retos que propone está el de superarlo muriendo un máximo de cinco veces, la duración total puede ser bastante superior, de hecho. El reto temporal que nos podamos marcar no será, en cualquier caso, tan difícil como el de las pocas muertes, pues muchas trampas están muy bien escondidas y hay que andar con pies de plomo o tener muy buena memoria.

Un elemento importante del título es su narrativa: no existe. No al menos en términos convencionales. No hay una historia que se exponga al jugador (de hecho, lo más clarificador es la secuencia final, que da sentido a ciertas cosas, y que, por supuesto, no vamos a desvelar), sino que, simplemente, empieza a manejar a un niño que despierta en un bosque tenebroso. ¿Cómo ha llegado ahí? ¿Quién es? ¿A dónde va? Muchas preguntas, pero jamás se plantea la necesidad de dar respuesta a nada.

El lugar es claramente peligroso, y el jugador no tarda mucho en descubrir que cualquier traspiés le causará la muerte, por lo que se genera una urgencia de salir de ese siniestro bosque lo antes posible, sin necesidad de decir, explicar o contar nada, y es ahí donde uno se da cuenta de que el arte creado para el título funciona a la perfección. Crea una atmósfera y una tensión sólo con su estética audiovisual que realmente urge a avanzar, resultando perturbador en varios instantes.

Uno de esos primeros momentos perturbadores, pero especialmente significativo, es cuando en una de las sogas por las que subimos en un momento determinado, muy al principio, hay un cuerpo muerto. No se aprecia nada, ni es posible que dé asco (al fin y al cabo, sólo es un amasijo negro por completo), pero las moscas revoloteando, su ruido penetrante, y cómo se balancea al subir por la cuerda (y, también, lo que debemos hacer para seguir avanzando) dan un toque que, como decíamos, es puramente perturbador, sin tener que recurrir a casquería, sangre ni a nada explícito, sino todo lo contrario.

Lo mismo sucede con las pocas pero poco agradables criaturas que nos encontraremos en este bosque, e incluso cuando nos encontremos con otros niños… o algo así. Limbo sabe tocar ciertas fibras sensibles en el jugador con unos recursos de muy buen gusto. Lo cierto es que, en ese sentido, el bosque es una localización tremendamente lograda. Cuando pasamos a la urbe, desierta por completo, la atmósfera cambia, pero lo hace más allá del escenario.

La soledad, la ausencia total de criaturas, transmite otro conjunto de sensaciones, y los puzles ganan cuerpo y peso específico. La progresión de la curva de dificultad se lleva muy bien durante todo el desarrollo, pero se percibe claramente cómo en esta segunda mitad se ha puesto la atención por completo en el elemento de los puzles y el plataformeo con física.

Sin embargo, quizás por la falta de enemigos, por la ausencia de una narrativa al uso, el juego termina de forma abrupta, casi sin verlo venir. O, de hecho, sin verlo venir en absoluto. Superas el último obstáculo, y el juego te sorprende con su secuencia de clausura, que encantará al jugador que haya conectado mínimamente con este niño y su aventura en entornos tan peligrosos y mortales. Le falta algo de ritmo, en el sentido en que parece que el juego se corta y resulta falto de un clímax jugable o narrativo mucho más intenso, pero la guinda del final es buena.

Limbo puede llegar a ser un juego muy difícil, eso hay que reconocérselo. Incluso los más habilidosos con las plataformas y los puzles se encontrarán con momentos en los que conviene pararse un momento antes de actuar, pues las muertes pueden llegar en cascada. Esos momentos se solucionan, por lo común, aplicando algo de pensamiento lateral, que es precisamente de lo que se trata.

Gracias a su ritmo, y a que, como decíamos antes, reapareces de manera casi inmediata poco antes de ese obstáculo, el juego esquiva la frustración. Es más, dado que muchas muertes son en realidad de una enorme brutalidad y crueldad, hay incluso cierto toque divertido en descubrir una manera nueva de ver qué maldad esconde esa trampa nueva que acabamos de encontrar. Además, el tratamiento tan descarnado, vacío de ceremonia y dignidad, que se la da a la muerte del protagonista, produce una intensa empatía con el mismo.

El juego mantiene un control sobre nuestro progreso, y como ya os hemos contado, hay un interesante logro sobre terminarlo con pocas muertes. Precisamente por eso, por lo fácil que es morir, resulta extraño que no se haya incluido alguna suerte de contador o estadística, local u online, que registrase esas cifras, pues seguro que serían apabullantes, o al menos informarnos al terminar la partida sobre cuántas veces hemos fallado.

Conclusiones

Limbo es un juego tan sencillo que se juega con la palanca o cruceta direccional, un botón para saltar, y otro para hacer acciones (que suelen ser agarrar). Con eso le basta y le sobra para construir situaciones que son diferentes, una tras otra, haciéndonos trabajar nuestra habilidad en los plataformas, y en los puzles, en escala siempre ascendente, lo que lo convierte en una magnífica pieza de diseño de niveles. Lo curioso es que mantiene el ritmo muy bien, y no se hace pesado ni corto, aunque, claro, cuando ya sabemos cómo solventarlo, el juego se puede superar en tan sólo un par de horas, pero aun así bien vale la pena darle otra vuelta completa. Nos encandiló en Xbox 360, y su paso a PlayStation 3 y PC es una oportunidad magnífica para que todavía más gente pueda disfrutar de un título sobresaliente, lleno de personalidad, y de unos encantos muy especiales.