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Ya hemos visto 'Wicked 2' y es una buena carta de despedida a 'El Mago de Oz' que compensa sus tropiezos con pura emoción

Cynthia Erivo y Ariana Grande se comen la pantalla en la conclusión de un cuento más feminista que el mundo en el que se basa.
Ya hemos visto 'Wicked 2' y es una buena carta de despedida a 'El Mago de Oz' que compensa sus tropiezos con pura emoción
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Actualizado: 8:32 19/11/2025
ariana grande
musical
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Universal sabía que la segunda parte de Wicked llegaba con una mochila pesada: cerrar una de las adaptaciones musicales más esperadas de los últimos años, rematar una historia partida en dos y, de paso, justificar un presupuesto de blockbuster (unos 150 millones de dólares) con un final a la altura. Wicked: For Good —título oficial de lo que muchos seguimos llamando “Wicked 2 o Parte 2”— vuelve a estar dirigida por Jon M. Chu y adapta el segundo acto del musical de Broadway, retomando la historia justo donde la dejó la película de 2024.

Elphaba es más áspera, más herida y más peligrosa.

La trama arranca con Oz completamente reordenado: Elphaba es ya la villana oficial del régimen, convertida en enemigo público número uno, mientras Glinda ocupa el escaparate del poder como símbolo luminoso de “lo correcto”. Elphaba se esconde en los bosques, tratando de proteger a los Animales perseguidos y de desenmascarar las mentiras del Mago, mientras Glinda se pasea por la Ciudad Esmeralda entre discursos, inauguraciones y un inminente bodorrio con Fiyero. Ese contraste entre exilio y marketing político es el eje del film: propaganda, fake news mágicas y una sociedad dispuesta a señalar a la “bruja mala” si con eso se siente a salvo.

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Si en la primera parte Cynthia Erivo ya imponía respeto, aquí directamente se come la pantalla. Su Elphaba es más áspera, más herida y más peligrosa, y eso se nota en cómo canta y cómo habita el plano. No es casual que muchas críticas destaquen su versión de “No Good Deed” como uno de los momentos más potentes de todo el díptico: es el punto en el que el personaje abraza de verdad esa fama de malvada y la película se pone más oscura.

Una segunda parte que se acerca aún más al musical

La sorpresa, aun así, es Ariana Grande. Glinda tenía en la primera película un arco bastante clásico de rubia pizpireta que va asomándose a la realidad, pero es en For Good donde el personaje se rompe por dentro. La nueva canción “The Girl in the Bubble” funciona casi como terapia musical de una influencer que descubre que su sonrisa también puede ser propaganda. Su Glinda sigue siendo un torbellino rosa, pero ahora tiene capas de culpa, ambición y miedo que la acercan mucho más a las Glindas del teatro que enamoraron a los fans del musical.

El resto del reparto acompaña con bastante soltura. Jonathan Bailey tiene más margen para convertir a Fiyero en algo más que “el chico del triángulo amoroso”: aquí se juega su propia crisis de conciencia entre el privilegio y el compromiso, y la película le regala un par de escenas que lo reivindican como algo más que interés romántico. Ethan Slater lleva hasta el extremo la evolución de Boq, uno de los giros más macabros del universo Oz, mientras Michelle Yeoh (Madame Morrible) y Jeff Goldblum (el Mago) vuelven a encarnar, con bastante mala leche, a un aparato de poder que se sostiene a base de miedo y espectáculo. Colman Domingo, como nueva incorporación, refuerza ese tono político de fábula amarga.

Jon M. Chu, por su parte, toma una decisión curiosa: en lugar de responder al “más grande, más ruidoso” típico de las segundas partes, se inclina por hacer la película más íntima a medida que avanza. Se ha contado que el final se re-rodó en secreto para cambiar un clímax hiper-espectacular por otro mucho más centrado en la química entre Erivo y Grande mientras interpretan “For Good”, reduciendo el despliegue digital para apostar por la emoción en primer plano. Es una buena metáfora de lo que intenta el film: menos fuegos artificiales, más despedida entre dos amigas que saben que ya nada volverá a ser igual.

En lo musical, el combo Stephen Schwartz / John Powell mantiene el músculo del primer capítulo. La partitura vuelve a apoyarse en las canciones míticas del escenario, pero con una orquesta ampliada a más de cien músicos y un tratamiento casi sinfónico que se agradece en sala grande. Las nuevas piezas —entre ellas “No Place Like Home” y la ya mencionada “The Girl in the Bubble”— están bien integradas dramáticamente, pero les cuesta ser tan pegadizas como “Defying Gravity” o “Popular”; es el clásico problema de añadir temas nuevos a un repertorio que el público lleva veinte años tatuado en la memoria.´

Una carta de amor y respeto a 'El mago de Oz' de 1939

Visualmente sigue siendo un todo caramelo. Los efectos de Industrial Light & Magic y Framestore terminan de construir una Oz que mezcla cuento clásico, fantasía digital y guiños al cine de 1939, con especial atención a la Ciudad Esmeralda y al vuelo de la escoba de Elphaba. Hay set pieces pensadas para apurar el IMAX y el 3D —la boda en Emerald City, el asalto final contra la “bruja mala”, la irrupción de cierto ciclón— que funcionan muy bien como espectáculo, aunque a veces uno tiene la sensación de estar viendo más atracción de parque temático que película.

Y aquí llegan los peros. La segunda mitad de Wicked siempre ha sido, en teatro, más densa y menos “fiestera” que el primer acto, y la película arrastra el mismo problema. No tiene la misma energía ni el mismo ritmo que el estreno de 2024, que se apoyaba en un aluvión de números musicales coreografiados uno detrás de otro.En esta conclusión hay más política, más exposiciones sobre la naturaleza del poder y más necesidad de encajar todas las piezas de El mago de Oz, y a veces se nota: algunas transiciones son algo torpes y el conjunto puede dar la impresión de “gran producción” donde los personajes entran y salen más al servicio de la maquinaria que de su propio arco emocional.

¿Funciona entonces Wicked 2 como cierre? Sí. No es tan redonda ni tan fresca como la primera película, pero ofrece lo que prometía: un final catártico para la relación entre ambas brujas, un subrayado político más marcado sobre el peligro de los relatos oficiales y un par de secuencias musicales que justifican el viaje a la sala grande. Quien odiara el estilo del primer capítulo no va a reconciliarse ahora; quien salió enamorado de Erivo y Grande probablemente saldrá con la sensación de haber asistido a una despedida agridulce, excesiva a ratos, pero muy sentida. Y, en el fondo, eso es justo lo que sugería el título: que la historia de estas dos amigas estaba destinada a cambiarlas —y a cambiarnos— “para siempre”.

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