"Frente a un vídeo real, una simple imagen divertida generada con Sora 2 parece más vívida y realista". La frase, pronunciada por Sam Altman en una reciente conversación sobre inteligencia artificial y derechos de autor recogida por Business Insider, resume a la perfección el dilema que acompaña al lanzamiento de Sora 2, el nuevo modelo de generación de vídeo de OpenAI.
‘Los vídeos se sienten diferentes’: Sora 2 de OpenAI ya genera millones de clips con personajes protegidos y dispara la polémica sobre derechos de autor
Altman no solo destacó la potencia visual del sistema, comparable al Veo 3 de Google, sino que subrayó la carga emocional y legal que empieza a acompañar a cada creación sintética. “Los titulares de derechos quieren participar en Sora 2; muchos están entusiasmados, solo buscan establecer más límites que con las imágenes, porque los vídeos se sienten distintos”, explicó.
Con Sora 2, OpenAI ha llevado la creación de vídeo a un nivel que hasta hace poco parecía inalcanzable. Ahora, basta con una frase para generar clips coherentes, con iluminación realista, movimientos de cámara fluidos y personajes más expresivos que nunca, incluso frente al modelo de Google.
Su llegada ha supuesto un nuevo punto de inflexión en la cultura digital, pero también ha encendido debates intensos entre creadores y consumidores. Las redes se llenan de escenas con personajes reconocibles -desde Pikachu hasta Harry Potter- sin autorización, mientras foros de artistas y juristas discuten sobre un dilema sin precedentes: ¿qué ocurre cuando la creatividad humana y la sintética comparten los mismos referentes?
Altman ha presentado esta situación como una defensa y, al mismo tiempo, una provocación: "Algunos se quejan no de que usemos sus personajes, sino de que lo hagamos demasiado poco", bromea, dejando claro que todos quieren subirse a este tren. La compañía ha tenido que pasar de un modelo de uso “opt-out”, que permitía la aparición salvo solicitud de retirada, a un sistema “opt-in”, donde los derechos deben concederse explícitamente.
Detrás de todo esto se encuentra un vacío legal histórico: la creación generada por IA desafía los conceptos de autoría y copia, y mientras los juristas buscan un marco claro, la tecnología avanza sin freno. Contratos, licencias colectivas o filtros automáticos podrían ser la respuesta, pero mientras tanto, la cuestión central persiste: ¿quién controla la imaginación cuando los algoritmos definen los límites de lo posible?















