Sunita Williams y Butch Wilmore regresaron el pasado 18 de marzo a la Tierra tras haber pasado 286 días en la Estación Espacial Internacional. Lo que podría parecer una odisea digna de reconocimiento extraordinario ha resultado ser, en términos salariales, una experiencia casi idéntica a quedarse en la oficina.
Ambos astronautas recibirán la parte proporcional de su sueldo anual de 152.258 dólares —es decir, unos 114.000 dólares— sin pluses, sin horas extra y sin primas por peligrosidad. Solo un pequeño incentivo de cinco dólares diarios por estar en el espacio: 1.430 dólares en total. La normativa de la NASA establece un convenio laboral de 40 horas semanales para sus astronautas, sin contemplar los evidentes sacrificios que implica vivir en órbita casi un año.
Ni fines de semana, ni festivos
No hay margen para protestas sindicales a 400 kilómetros de la Tierra, ni posibilidad de desconexión: ni fines de semana, ni festivos, ni siquiera una terraza donde respirar aire fresco. La entrega, la preparación física y la presión psicológica se dan por descontadas, porque al final, la motivación principal no es económica, sino científica y vocacional.
Comparativamente, la situación adquiere tintes surrealistas si recordamos que millonarios como Charles Simonyi o Guy Laliberté han pagado hasta 60 millones de dólares por pasar apenas unos días en la EEI. En cambio, los profesionales que dedican su vida a las misiones espaciales apenas superan los 140.000 euros anuales. Eso sí, la NASA se hace cargo del transporte, alojamiento y manutención durante la estancia... aunque no ofrece servicio de habitaciones.
Lo cierto es que quienes eligen ser astronautas no lo hacen por el sueldo. Los rangos salariales en la NASA oscilan entre 66.000 y 152.000 dólares anuales, cifras por debajo de lo que cobra un piloto comercial o un cirujano en Estados Unidos. Pero pocos oficios despiertan tanta fascinación como el de astronauta: la posibilidad de ver la Tierra desde el espacio, de contribuir al avance científico y de formar parte de una misión histórica pesan más que un cheque abultado a fin de mes.
Aun así, el caso de Suni y Butch pone sobre la mesa una cuestión que no es menor: ¿debería revisarse el sistema de compensación para profesionales que arriesgan su salud física y mental en condiciones extremas?















