En los despachos de Washington, el nombre de Belgorod se ha convertido en una especie de palabra maldita. No es una ciudad rusa, sino un submarino descomunal al que algunos analistas occidentales han bautizado como “monstruo” y que simboliza, mejor que ningún otro sistema de armas, el regreso de una carrera armamentística nuclear plagada de ideas extremas.
Se trata del K-329 Belgorod, un sumergible de propulsión nuclear concebido para operar en las profundidades y, sobre todo, para transportar el torpedo nuclear Poseidón, el arma con la que Rusia presume de poder generar tsunamis radiactivos contra la costa de Estados Unidos y sus aliados.
El apodo de “monstruo” no es gratuito. El Belgorod, proyecto 09852, mide alrededor de 184 metros de eslora y unos 18 metros de manga, cifras que lo sitúan por encima incluso de los famosos Typhoon soviéticos y lo convierten en el submarino más largo en servicio en el mundo. Su desplazamiento sumergido ronda las 24.000–28.000 toneladas, una masa flotante pensada no tanto para lanzar misiles balísticos clásicos como para misiones “especiales”: operaciones de inteligencia en el fondo marino, despliegue de minisubmarinos como el Losharik y, en su configuración más inquietante, actuar como plataforma de lanzamiento de los drones submarinos Poseidón.
El torpedo que alimenta los peores escenarios
Lo que de verdad inquieta a Estados Unidos no es tanto el casco del Belgorod como lo que puede llevar dentro. El Poseidón (designación rusa 2M39), un vehículo submarino no tripulado de propulsión nuclear, está diseñado para recorrer hasta unos 10.000 kilómetros, sumergirse a profundidades cercanas a los 1.000 metros y transportar una ojiva nuclear de potencia muy elevada. La narrativa rusa —difundida en canales de televisión y medios afines— habla de olas radiactivas de cientos de metros capaces de arrasar ciudades costeras y dejar franjas enteras de litoral inhabitables durante décadas, un escenario que algunos artículos populares en Europa han amplificado con cifras de hasta 500 metros de altura para esos tsunamis artificiales.
Los expertos occidentales matizan esas afirmaciones. Estudios sobre explosiones nucleares submarinas y análisis publicados en revistas y centros especializados, como Bulletin of the Atomic Scientists o think tanks dedicados al control de armamento, señalan que una detonación de gran potencia bajo el agua sí podría generar olas devastadoras y una contaminación radiactiva extrema en zonas costeras, pero dudan de los escenarios casi apocalípticos que difunden algunos comentaristas rusos. Lo que sí parece fuera de duda es que un arma de este tipo complicaría la respuesta de Estados Unidos: el Poseidón esquivaría los escudos antimisiles tradicionales, viajaría silencioso durante días o semanas y podría golpear puertos, bases navales y grandes áreas metropolitanas alejadas de los vectores de ataque clásicos.
Un “monstruo” pensado para la represalia
Ese es el corazón del miedo estadounidense: más que un arma “del fin del mundo”, el Belgorod y sus Poseidón representan una forma distinta de garantizar el segundo golpe nuclear, el famoso “si tú me destruyes, yo también puedo destruirte después”. Informes de organizaciones como la Nuclear Threat Initiative y tesis académicas recientes subrayan que estos sistemas “exóticos” buscan precisamente eso, sortear las defensas de Washington y reforzar la capacidad de represalia de Moscú en un contexto donde los viejos tratados de control de armas se han ido desmoronando. Las noticias sobre pruebas del Poseidón y sus lanzamientos desde submarinos han ido acompañadas, además, de gestos de respuesta política como llamamientos a reactivar ensayos nucleares por parte de Estados Unidos, lo que alimenta la sensación de estar entrando en una etapa más inestable.
En paralelo, juristas y especialistas en derecho internacional humanitario advierten que un arma concebida para desencadenar “tsunamis radiactivos” se mueve en el límite —si no más allá— de los principios que prohíben ataques indiscriminados y daños desproporcionados sobre civiles y ecosistemas.















