Durante décadas, generaciones enteras en España crecieron con la idea de que una cucharadita de miel era la panacea casera contra catarros, resfriados e incluso para “aumentar las defensas”. Pero como explica con rigor y un toque de humor la pediatra Lucía Galán, también conocida como Lucía Mi Pediatra, la realidad médica va por otro lado.
“Lo siento mucho, de verdad, porque está riquísima, pero no: la miel no sirve para subir las defensas”, advierte con claridad. Y lo dice con base en la evidencia científica.
Un alimento cargado de azúcar
Aunque tradicionalmente se ha considerado un alimento “fortificante”, la miel está compuesta en un 85% por azúcares, y aunque posee propiedades emolientes y cierto efecto antiinflamatorio leve, eso no la convierte en un potenciador inmunológico. Lo que sí reconoce la experta es que puede ayudar a calmar temporalmente la irritación de garganta. “Una cucharadita puede aliviar esa picazón molesta de la faringitis durante una hora, como mucho dos”, señala. Pero hasta ahí. No cura, ni previene.
No pueden tomarla bebés
Más grave es lo que Galán expone a continuación: la miel está completamente contraindicada en menores de un año, y no por una cuestión calórica o nutricional, sino por seguridad. La razón es la posible presencia de esporas de Clostridium botulinum, una bacteria que puede causar botulismo infantil, una enfermedad rara pero potencialmente mortal. “En los adultos, el sistema digestivo puede neutralizar estas esporas. En los bebés, no. Y puede provocar un cuadro neurológico grave”, alerta.
Galán habla desde la experiencia. En su trayectoria hospitalaria ha atendido casos reales de lactantes afectados por esta infección. “Recuerdo un bebé de tres meses que llegó con hipotonía descendente: no podía mantener la cabeza erguida, los párpados caídos, una succión muy débil. Si esto avanza al sistema respiratorio, puede tener consecuencias fatales”, relata. Aunque el caso que vivió acabó con final feliz, no todos corren la misma suerte.