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La NASA resuelve tras 50 años el misterio de las extrañas esferas naranjas de la Luna que trajo a la Tierra el Apolo XI

Ya no se trata solo de plantar banderas, sino de excavar en la memoria de un mundo que fue ferozmente activo y que, en sus cuentas de cristal naranja, sigue guardando la crónica de aquel pasado explosivo.
La NASA resuelve tras 50 años el misterio de las extrañas esferas naranjas de la Luna que trajo a la Tierra el Apolo XI
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Actualizado: 8:00 22/11/2025

Hace más de medio siglo, cuando los astronautas del programa Apolo empezaron a recoger regolito con palas y bolsas de muestras, se toparon con algo que no encajaba con la postal de “polvo gris y rocas” que todos tenían en la cabeza: diminutas bolitas de cristal anaranjado y negro, como si alguien hubiera salpicado la Luna con chispas de vidrio fundido.

Durante décadas, esas esferas se describieron, se catalogaron y se guardaron en cajas ultracustodiadas… pero su historia quedó a medio escribir. ¿De dónde salían exactamente? ¿Qué condiciones tan extremas hacían falta para fabricarlas en un mundo sin aire? La respuesta tardó 50 años porque no era un problema de falta de curiosidad, sino de tecnología: hacía falta mirar esas perlas mil veces más de cerca de lo que permitían los laboratorios de 1969 o 1972.

El salto definitivo llega ahora de la mano de un equipo de la Universidad de Washington en St. Louis y de la Universidad de Brown, que ha revisitado esas muestras con la artillería pesada de la micro y nanoscopía modernas. Usando NanoSIMS —un instrumento que bombardea el material con haces de iones de alta energía— y una combinación de tomografía de átomos, microscopía electrónica y espectroscopía de rayos X, han podido cartografiar los minerales y los isótopos que recubren la superficie de las esferas sin destruirlas. Esos “barnices” microscópicos, ricos en sulfuros de zinc y otros elementos volátiles, funcionan como sensores congelados del gas que envolvía a cada gota de lava cuando salió despedida al exterior, y revelan presiones, temperaturas y composiciones químicas que solo cuadran con erupciones volcánicas explosivas, alimentadas por magmas cargados de gases. No son canicas fruto de impactos; son ceniza volcánica en forma de perlas.

Un vulcanismo que dejó huella

La cronología encaja con un momento especialmente agitado de la historia lunar. Dataciones previas de estos vidrios, sumadas a los nuevos modelos, sitúan la formación de muchas de estas esferas entre hace 3.300 y 3.600 millones de años, cuando la corteza del satélite aún se agrietaba por el empuje de enormes reservorios de magma en el manto. Los estudios sobre volcanismo lunar describen un escenario muy distinto al actual: fuentes de fuego similares a las hawaianas lanzando chorros incandescentes a decenas de kilómetros de altura y nubes de gas cargadas de azufre y metales que, al expandirse en el vacío, se enfriaban de golpe y se condensaban en cuentas de vidrio. Al no haber atmósfera ni lluvia que las erosionara, esas microesferas han permanecido prácticamente intactas en el regolito, como si alguien hubiera detenido el reloj justo después de la erupción.

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El trabajo no se queda en resolver una curiosidad geológica: esas bolitas ayudan a coser el relato de las cuevas y tubos de lava que hoy están en el punto de mira de NASA, ESA y de las misiones chinas. Las mismas erupciones que expulsaban gotas de vidrio al cielo lunar también alimentaban flujos de lava que se canalizaban bajo la superficie; cuando la corteza de esos ríos se enfriaba y el interior se vaciaba, quedaban galerías huecas: los famosos lava tubes. Un estudio reciente sobre uno de esos tubos en la región del Mar de la Tranquilidad, identificado como una cueva accesible a través de un enorme “pozo” visto por LRO, apunta a edades en torno a los 3.4–3.6 mil millones de años, exactamente la misma ventana temporal que señalan las esferas de vidrio. Las perlas anaranjadas, en otras palabras, son el residuo microscópico del mismo pulso volcánico que vació esas cavidades que hoy se barajan como refugio natural para futuras bases.

Perlas que guardan agua

Además, las esferas se han convertido en pieza clave de otro debate: el del agua lunar. En los últimos años, las misiones Chang’e chinas han encontrado cuentas de vidrio capaces de almacenar agua generada por el viento solar, y estudios de Brown y otras instituciones llevan tiempo defendiendo que muchas de las antiguas cenizas volcánicas de la Luna están enriquecidas en agua atrapada. Aunque cada bolita pueda contener solo trazas, la cantidad de vidrio disperso por la superficie hace que, en conjunto, supongan un depósito potencialmente enorme de agua para futuras misiones tripuladas. Esa mezcla de archivo geológico y “aljibe” microscópico convierte las esferas en un recurso doble: cuentan cómo era la Luna por dentro… y sugieren cómo podríamos vivir sobre ella algún día.

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