Boeing soñó con que Starliner fuera su billete de regreso a la primera división del espacio tripulado estadounidense. El contrato que firmó con la NASA en 2014 parecía diseñado para eso: seis vuelos regulares con astronautas a la Estación Espacial Internacional y un papel estable dentro del programa Commercial Crew, compartiendo protagonismo con la cápsula Dragon de SpaceX. Once años después, el panorama es muy distinto. La agencia y la compañía han reescrito el acuerdo a la baja y la próxima misión clave ya no llevará personas a bordo, sino carga y mucha presión encima.
La revisión del contrato recorta tanto ambición como dinero. En lugar de seis rotaciones tripuladas garantizadas una vez certificada la nave, el nuevo marco contempla una misión sin astronautas —Starliner-1— dedicada a validar el sistema, y hasta tres vuelos de rotación de tripulación, a los que se suman solo dos opcionales que la NASA activará si lo considera necesario. Sobre el papel, sigue habiendo margen para que Starliner vuele con personas varias veces, pero el compromiso ya no es el mismo. La cifra también lo refleja: el valor total pasa de 4.500 a 3.732 millones de dólares, 768 millones menos de los previstos originalmente.
Starliner-1, el examen decisivo
Starliner-1 se convierte ahora en un examen a vida o muerte para el programa. La cápsula se usará como carguero hacia la Estación Espacial Internacional, con una campaña pensada para reproducir en órbita baja la operación real de la nave sin poner en riesgo a una tripulación humana. El objetivo de la NASA es certificar el sistema en 2026 si todo sale bien y, a partir de ahí, programar la primera rotación tripulada “de verdad” cuando Starliner esté lista. Entre medias, Boeing tiene que cerrar todas las heridas que han dejado los vuelos de prueba anteriores.
El historial no juega a su favor. En 2019, el primer vuelo de demostración (OFT-1) se descarriló por problemas de software y la cápsula ni siquiera llegó a acercarse a la estación. En 2022, OFT-2 logró acoplarse, pero dejó dudas por fallos en varios propulsores. El golpe más duro llegó con el primer vuelo tripulado, en 2024: nuevos problemas en los motores de maniobra durante la aproximación llevaron a la NASA a tomar una decisión inédita, mantener a los astronautas Butch Wilmore y Suni Williams a bordo de la ISS y ordenar que Starliner regresara vacía a la Tierra mientras se evaluaba a fondo qué había fallado.
La ventaja de Dragon y la carrera contrarreloj
Ese contratiempo obligó a improvisar también en el lado de SpaceX. Wilmore y Williams pasaron cerca de nueve meses en la estación, hasta que la NASA programó una Dragon con dos plazas libres para traerlos de vuelta en marzo de 2025. Mientras tanto, la cápsula de Elon Musk consolidaba justo lo que Boeing aspiraba a ser: el caballo de batalla del transporte tripulado estadounidense. Dragon vuela de forma regular desde 2020, ha encadenado misiones dentro del Commercial Crew Program —incluida Crew-11 en agosto de 2025— y ya tiene aseguradas más rotaciones hasta el apagado de la estación, previsto para 2030.
Para Boeing, el ajuste del contrato significa menos ingresos garantizados y todavía más foco sobre un proyecto al que ya ha inyectado más de 2.000 millones de dólares propios desde 2016. Para la NASA, la nave sigue teniendo un valor estratégico: disponer de dos sistemas independientes para llevar astronautas a órbita baja es una póliza de seguro demasiado importante como para depender solo de Dragon.















