La NASA admite desconcierto ante el comportamiento del cometa interestelar 3I/ATLAS, un visitante llegado desde más allá del Sistema Solar que está rompiendo las previsiones de navegación y brillo con las que trabajaban los equipos de dinámica orbital y fotometría.
Lejos de seguir el guion calculado, el objeto “acelera cuando debería frenar” y se muestra más tenue de lo esperado pese a su notable actividad cometaria, una combinación que ha obligado a revisar modelos y ephemerides. De hecho, entró a 58 km/s en el sistema solar y acelerará hasta más de 65 según se acerque al Sol. La última imagen oficial difundida del ATLAS data del 27 de agosto de 2025 y, desde entonces, los ajustes de trayectoria no han dejado de acumularse sin que emerja una explicación única que los reconcilie.
El desfase más reciente, fechado el 21 de octubre, ilustra el alcance del problema: 3I/ATLAS se encontraba 1,1 millones de kilómetros por delante de la posición prevista, un salto equivalente a 15,4 minutos de arco sobre la bóveda celeste. Ese adelantamiento no es trivial ni atribuible a un simple error de punto de mira: implica que el cometa está recibiendo —o generando— un empuje lateral cercano a los 4 kilómetros por segundo respecto a la solución nominal. Para cualquier cuerpo pequeño, esas no-gravitacionales son posibles (chorros de gas que actúan como un “efecto cohete”), pero suelen dejar una firma óptica coherente con el nivel de desgasificación. Aquí, sin embargo, la luz cuenta otra historia.
Trayectoria que se desmarca
Porque, en paralelo a esa aceleración anómala, las mediciones fotométricas lo describen más apagado de lo que preveían las curvas de luz. De acuerdo con estimaciones compartidas por la cuenta especializada All Day Astronomy en X, los equipos proyectaban una magnitud alrededor de 14,8 y están encontrando valores en el entorno de 15,1: un 26% menos de flujo luminoso del esperado. La paradoja se acentúa al recordar que 3I/ATLAS está expulsando del orden de 25 kilos de agua por segundo; semejante actividad debería engordar su coma de gas y polvo y, por tanto, aumentar la reflectividad global. Ocurre lo contrario, y esa disonancia es la que ha encendido todas las alarmas.
En el tablero de hipótesis, los científicos recuperan lecciones aprendidas con otros viajeros interestelares: chorros altamente colimados que empujan sin producir mucho polvo visible; grano extremadamente oscuro (albedo muy bajo) que absorbe más que refleja; o geometrías de coma asimétricas que, combinadas con el ángulo de fase, penalizan el brillo aparente aun con una tasa alta de sublimación. No faltan propuestas más exóticas, como fragmentación fina que incremente el gas pero retenga partículas de tamaño tal que dispersen peor la luz, o una composición rica en volátiles “transparentes” en el visible que aporten empuje sin añadir demasiada reflectancia.
Hipótesis sobre la mesa
A la complejidad física se suma la urgencia operativa. Un objeto que se adelanta 1,1 millones de kilómetros frente al plan nominal estresa ventanas de observación, tiempos de exposición y estrategias de seguimiento en telescopios repartidos por varios hemisferios. Con cada corrección de efemérides, los equipos ajustan monturas, reoptimizan filtros y reevalúan la curva de luz para separar la variabilidad intrínseca de los artefactos instrumentales. El objetivo: encajar en un mismo marco la aceleración no gravitacional y el descenso relativo de luminosidad sin recurrir a explicaciones mutuamente excluyentes.
La rareza de estos casos explica la expectación. Apenas hemos catalogado tres objetos interestelares —‘Oumuamua, 2I/Borisov y este 3I/ATLAS— y cada uno ha llegado con su propio enigma: un “efecto cohete” sin coma visible en el primero, un cometa “de libro” en el segundo y, ahora, un híbrido desconcertante que corre más y brilla menos. Con tan poca estadística, cada medición cuenta doble: ayuda a afinar los modelos de fuerzas no gravitacionales, a entender cómo responden materiales formados en otros sistemas estelares y, en última instancia, a definir qué debemos buscar la próxima vez que otro visitante cruce el umbral de nuestro vecindario.
Prudencia y plan de observación
Si el empuje extra proviene de chorros focalizados, la rotación del núcleo podría modular la aceleración y el brillo en ciclos detectables; si el culpable es el polvo ultranegruzco, deberán cuadrar el balance energético con observaciones térmicas en infrarrojo. Lo que está claro es que 3I/ATLAS ha dejado de ser un simple punto en las efemérides para convertirse en un laboratorio volante: una cápsula de tiempo de otro sistema planetario que, con su comportamiento “indisciplinado”, está obligando a replantear supuestos básicos sobre cómo se mueven y cómo reflejan la luz los cometas que vienen de las estrellas.















